lunes, 15 de enero de 2024

'Il sacco di Roma' (Pequeñas Piezas de la Historia)

Allá por 1526 parecía que dios no era el que mas poder tenía en la tierra. Un tal Carlos I de España, que a su vez era Carlos V del Sacro Imperio Romano Germánico controlaba todo el oeste de Europa a excepción de Francia y unos terrenitos en Italia. Como dentro de esos mínimos territorios estaba Roma con sus Estados Pontificios, la embajada divina en la tierra, Carlos la respetaba, el se arrodillaba ante los mismos cirios que el papa. Pero el pontífice don Clemente VII estaba celoso y se quiso hacer el piola. Se puso a cuchichear con Francisco I de Francia y armaron la Liga del Cognac o Liga Clementina para que quede claro quién cortaba el bacalao. Cuando Carlos vio que calladitos querían correrle las fronteras se olvidó de dios y ordenó una invasión a gran escala de Venecia, Milán, Florencia y Roma, los 4 reinos díscolos. Parece que de dios no fue lo único que se olvidó Carlos, también se le pasó por alto que 35 mil soldados deben comer. A mitad de camino las milicias estaban mas cabreados con Carlos que con sus enemigos. Ladino y pendenciero, Carlos les dijo que la paga era Roma, que al tomarla hicieran lo que quisieran. Clemente vio en el despiole que se había metido y quiso negociar, demasiado tarde para lágrimas. Cuando las tropas Españolas y Germánicas entraron en Roma no quedó castillo, iglesia y casa sin saquear. El papa conservó el cuello sano porque la flamante Guardia Suiza se inmoló para defenderlo y darle un salvoconducto para que se ocultara en el castillo de Sant'Angelo. Pero los pobres romanos no tuvieron la misma suerte. Del saqueo se pasó a la rapiña y de ahí a la destrucción, Roma pagó cara la conspiración papal. Clemente apareció con el rabo entre las piernas, Carlos le perdonó la bravuconada, se amigaron y volvieron a rezarle al mismo dios. A la Roma destruida le costó mucho recuperarse ya que al saqueo le siguió una hambruna padre y como frutilla del postre una epidemia de peste. No hay caso, dios se distrae un minuto y sus acólitos arman un descalabro.

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