Entre los espíritus más inquietos de hace cien años figuraba el de José Ingenieros. Médico, psicólogo, psiquiatra, sociólogo, filósofo, docente y escritor serían algunos de los casilleros tildados en la ficha personal de este gran hombre nacido en Palermo, Italia (se llamaba Giuseppe Ingegneri), que se entusiasmó con una terapia clave para la salud: la de la risa. Estudió con detenimiento esta expresión facial y clasificó, desde una casi imperceptible sonrisa -como la de la Mona Lisa-, hasta la carcajada de larga duración
En 1915 convocó a algunos amigos más unos pocos alumnos de confianza y creó una logia particular. Una especie de Academia de la Risa a la que llamó “Omnia”. El grupo fue creciendo porque los integrantes podían presentar nuevos socios. La admisión se establecía una vez que el presentado respondía ante una mesa examinadora un cuestionario redactado con buen humor. Los escritores Oliverio Girondo, Vicente Martínez Cuitiño, Evar Méndez (director de la revista Martín Fierro) y Horacio Ramos Mejía (hijo del padre de la psiquiatría en la Argentina) fueron algunos de los “hermanos” de esta divertida logia.
La actividad de los académicos de la risa consistía en hacer bromas. Las víctimas se buscaban entre los propios integrantes de la cofradía o entre incautos ajenos al proyecto. Las había simples y complejas. Entre las muchas que hacían, hubo una que quedó en la historia. Los “hermanos” quisieron engañar al mismísimo Ingenieros, presentándole a una de las personalidades políticas de Brasil, Ruy Barbosa. Pero el fundador de Omnia se dio cuenta. Se trataba de un empleado de la Aduana. De inmediato, Ingenieros organizó una conferencia del Ruy Barbosa trucho. Acudieron periodistas, legisladores, sacerdotes, docentes, abogados. La sala -fue en una biblioteca céntrica- estaba colmada. Ingresó la eminencia y recibió la primera ovación de la noche. Uno de los confabulados dio un discurso de bienvenida. Luego el homenajeado se largó a hablar en un portuñol bastante convincente. Tan entusiasmada se mostraba la audiencia, que la presentación se extendió hasta la madrugada. Las preguntas del público fueron rigurosamente respondidas por el falso Ruy Barbosa. Hay que tener en cuenta que entre el público había muchos integrantes de Omnia participando activamente para darle credibilidad al acto.
Recién al día siguiente, mediante llamados telefónicos, los inocentes supieron que habían aplaudido el discurso de un empleado de Aduana que se sumó, por esa noche, a la corriente de la Academia de la Risa, de José Ingenieros.