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domingo, 4 de enero de 2015
sábado, 3 de enero de 2015
La costurerita que dio aquel mal paso
Hilván tras hilván, con roce de sábanas incluido, mientras duraban sus carnes firmes, la sonrisa fresca y funcionaban los lavados vaginales con vinagre, estas mujeres que "no daban puntada sin hilo" nunca aprendieron que los hombres no se casaban con las obreras, las costureritas o las amantes.
El celibato era el precio que pagaban las costureras, y sus días transcurrían de manera penosa en el llamado “trabajo de aguja”. (Foto fotosvintage.com)
Cuando en 1851 el neoyorquino Isaac Singer inventó la máquina de coser de un hilo y punto en cadena, no tenía idea de lo que su creación iba a provocar en el mundo. Su máquina perfeccionó la de Elías Howe, patentada en 1846, de la que en 1959 había vendido más de 50.000 unidades.
Hacia principios del siglo XIX, el ama de casa se ocupaba de las labores domésticas, que abarcaban toda clase de tareas, desde la búsqueda del mejor precio de los alimentos y el cuidado de los miembros de la familia hasta el lavado de la ropa.
También aportaba algo de dinero a la economía familiar ganado con pequeños servicios, como el trabajo por horas en otras casas, el lavado y el planchado de las prendas de otras personas o la venta callejera de pan o flores.
En el último tercio del XIX, el trabajo a domicilio capta la enorme fuerza laboral femenina en el hogar y, por ejemplo, tener una Singer propia se convirtió en el sueño de no pocas amas de casa.
Lo curioso es que el hecho de coser para otros y vivir de la costura confinaba a las mujeres a los estrechos límites de una habitación. A pesar de todo, esta modesta gestión financiera fue la base de matriarcado presupuestario que significaba independencia.
Y estas mujeres humildes, de barrio, sólo lograban su promoción social mediante el trabajo, sacrificándole incluso su vida privada. Porque los hombres preferían un ama de casa hogareña, concentrada en las necesidades del marido y de los hijos, que una mujer que trabajara y se expusiera a los peligros de la experiencia urbana.
Así, muchas veces, el celibato era el precio que pagaban las modestas costureras, y sus días transcurrían de manera penosa en el llamado “trabajo de aguja”, entre dedales, tijeras y sueños, muchos sueños. Estos oficios solitarios y minuciosos no eran cualificados y ocultaban un complejo y asfixiante mundo de mujeres solas, con frecuencia reducido a la madre y sus hijas, pedaleando en su Singer durante más de diez horas diarias.
La seducción seguía siendo el arma más efectiva para las jóvenes que ansiaban el ascenso social y romper con la condena de la pobreza y el encierro. Muchas ansiaban asegurarse una vida más llevadera y lo hacían a la sombra de un “protector”, es decir, de un señor o señorito de buena posición económica que las mantenía y hasta les pagaba una habitación en una discreta pensión de reputación cuestionable o una casita en un barrio alejado, pero que estaba irremediablemente casado o que no albergaba ni el más remoto interés en pasar por la iglesia con su protegida.
Estas modistas, más liberales, que “no daban puntada sin hilo” y fuertemente criticadas y envidiadas al mismo tiempo por sus solitarias compañeras de oficio, fueron las protagonistas de cientos de novelas de folletín, a las que, por otra parte, eran adictas. Pero, entre ojales y ojalillos, más temprano que tarde quedaban embarazadas, eran abandonadas por el supuesto novio y caían en desgracia, recibiendo la condena social y la “maldad insufrible de las compañeras”.
Ellas fueron las que dieron origen al famoso poema La costurerita que dio aquel mal paso, de Evaristo Carriego, publicado en 1913, y a una de las musas de la mala pata de Nicolás Olivari, en 1924. También inspiraron a la obra teatral de Andrés González Pulido y al tango de Mertens y De Rosa, ambos en 1925, entre otros que vinieron después, y a la película de 1926 de José A. Ferreira, obras que abordaron el tema desde una perspectiva realista y con un objetivo moralizante.
Porque hilván tras hilván, con roce de sábanas incluido, mientras duraban sus carnes firmes, la sonrisa dispuesta y funcionaban los lavados vaginales con vinagre, estas mujeres nunca aprendieron que los caballeros de billetera y huesos, no ya los personajes de sus novelitas románticas, nunca se casan con las obreras, costureritas o amantes.
Patricia Rodón
Fuente:http://www.mdzol.com/nota/317221
viernes, 2 de enero de 2015
Titanic Construcción Fotos
Anselmo Cuadros: padre de Hilario y destacado empresario Mendocino
Nació en Chile y pagó “derecho de piso” en nuestra provincia trabajando duramente en el campo. Con el tiempo se convirtió en un gran emprendedor.
Anselmo invirtió su primera fortuna en la compra de terrenos en la Media Luna, Guaymallén, donde tiempo después nacería su hijo, el legendario Hilario
El 23 de diciembre se celebró otro aniversario del natalicio del folclorista Hilario Cuadros uno de los máximos exponente de la tonada cuyana, quien con su conjunto Los Trovadores de Cuyo difundieron su música en nuestro territorio y también fueron embajadores de la música local en varios países del mundo. Mucho se ha escrito sobre la vida del Trovador de Cuyo pero muy poco se sabe que su padre, don Anselmo Cuadros, fue un importante comerciante e industrial que tuvo nuestra provincia a fines del siglo XIX. Además, se integró a la sociedad mendocina y fue miembro en instituciones vinculadas a su país de origen.
Un próspero comerciante
Anselmo Cuadros nació en Chile a mediados del siglo XIX. Cuando cumplió la mayoría de edad emigró hacia Mendoza, con el sueño que tiene todo inmigrante de vivir mejor. Cruzó la cordillera y llegó a nuestra provincia. Al principio, Anselmo tuvo que pagar derecho de piso, realizando algunas tareas de campo, pero con el tiempo, el dinero ganado por su trabajo, lo supo invertir en un pequeño negocio. Al poco tiempo, el joven trasandino se asoció con don Segundo Carreras; este último tenía un matadero de ganado vacuno. Ambos se pusieron una barraca en donde fabricaban velas y jabón. Después de varios años de trabajar juntos, se desvinculó de su socio y emprendió un nuevo negocio. Como le fue muy bien a don Anselmo, con el dinero ganado compró grandes extensiones de tierras en los departamentos de Lavalle y Guaymallén. Tres años después adquirió una casa y negocio en plena calle San Martín entre Santiago del Estero y Coronel Díaz. Allí montó su nueva barraca denominada "San Martín" en donde compraba cueros vacunos, chivatos, crin de caballos, cerda y gorduras en general. También vendía velas, jabón y cal por mayor y menor. El empresario Cuadros, tenía un establecimiento modelo en la elaboración de velas y jabón dotado de modernas máquinas. Este comercio, estuvo varios años en la ciudad de Mendoza. Al poco tiempo, el padre de Hilario, comenzó a comercializar cal y se asoció con Salvador Ortega. Ambos empresarios poseían hornos calíferos en Guaymallén y vendían este producto al por mayor y fueron los únicos que lo comercializaban en nuestra provincia. Se puede decir que por entonces la familia Cuadros tenía un muy buen pasar económico y don Anselmo estaba en su mejor momento como empresario local. A fines de 1893, se asoció con Fermín Prado para vender almidón. Este producto significó para ambos comerciantes la obtención de muy buenas ganancias. Por supuesto, Anselmo invirtió su dinero en la compra de terrenos en la Media Luna en el departamento de Guaymallén, en donde tiempo después nacerá su hijo el legendario Hilario. A principios del siglo XX, estableció unos hornos de ladrillos y construyó otra barraca. Varias eran las propiedades que Anselmo poseía; entre ellas se encontraba una en San José, otra en calle San Martín y Coronel Díaz de ciudad, una finca en el departamento de Lavalle. Todas estaban alquiladas. En 1906, Cuadros fue accionista y uno de los promotores del Banco Agrícola de Guaymallén. Junto a él se encontraban personajes como Silvano Rodríguez, Estanislao de la Reta, Juan Varalla, Leopoldo Frías y Juan Longo. Pero este personaje, no solamente se destacó como un gran empresario, sino también tuvo una activa participación en la sociedad mendocina. Además fue promotor de la música folclórica nativa. En 1890 creó y presidió la Sociedad de Socorros Mutuos de Chile, para ayudar y asistir a los necesitados chilenos que estaban radicados en esta provincia. El 11 de junio de 1915, Anselmo Cuadros falleció en su casa de la calle Cañadita Alegre.
Fuente: http://www.losandes.com.ar/article/anselmo-cuadros-padre-de-hilario-y-destacado-empresario-mendocino
jueves, 1 de enero de 2015
Deportes en el recuerdo. Andes Foot Ball Club (año 1939)
Algunos integrantes: Torres, Abat, Rodriguez, Coggliola, Galetto, Palmero, González, Olivera, Fernández
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