jueves, 15 de noviembre de 2018

Primeros “precios cuidados”. Una ley de 1828 penaba con multas a los comerciantes que no respetaran los precios, calidad y peso de las mercaderías. (Luciana Sabina)

La economía durante la época colonial había sido bastante estable: los precios se mantenían a lo largo de años y la inflación era una anomalía ignota.  Tras la Revolución de Mayo el asunto cambió, comenzando un deterioro progresivo durante el que los precios aumentaron, sobre todo los de productos de primera necesidad.  
Habíamos comenzado un período de lucha, con los gastos que eso implica. Además las provincias se vieron muy afectadas por el ingreso sin restricciones de productos ingleses y la pérdida de mercados tradicionales, con los que ahora estábamos en guerra debido a la presencia española. 
A todo esto se sumaba el incremento en el transporte. La existencia de enormes distancias entre una ciudad y otra no era algo novedoso, sin embargo, la crisis política impactó en la seguridad y los caminos se volvieron mucho más peligrosos de lo que ya eran. Así, muchos productos encarecieron enormemente. Tal es el caso de la caña de Mendoza que llegaba a Buenos Aires con un recargo del cincuenta por ciento. 
Casi dos décadas habían pasado desde 1810 y aún no existían normas claras sobre los precios, más de 200 años después podríamos afirmar lo mismo. Así, en 1829 un piano costaba unos mil pesos y un caballo tan solo cincuenta, los incrementos se iban calculando según la inspiración del momento. Uno de los productos más conflictivos era el pan, pues la harina se importaba de Estados Unidos.
El incipiente Estado tomó cartas en el asunto y nacieron así los primeros "precios cuidados", aunque no llevaran ese nombre. "Una ley del 21 de marzo de 1828 -señala Armando Alonso Piñero- penaba con multas a aquellos comerciantes que no respetaban los precios, calidad y peso de las mercaderías. Los panaderos resultaron los más afectados. En el debate legislativo quedó en claro que nadie se escandalizaba por la vigilancia gubernamental sobre la actividad mercantil privada, sino que por el contrario la actitud de panaderos, carniceros y pulperos representaba una actividad delictiva". 
El diputado Juan José Viamonte rasgaba sus vestiduras en pleno debate, considerando que los panaderos actuaban siempre en perjuicio y nunca a favor del pueblo. Devenido poco después en gobernador de Buenos Aires, arremetió contra estos duramente. Llegó a enviar a los panaderos que no tuviesen papeles de control oficial a servir a la frontera durante un año. 
La carne fue el producto estrella de 1829, empezó a escasear y el gobierno no permitió a los carniceros aumentar el precio. Sin embargo este tipo de paliativos para el bolsillo de los ciudadanos no sirvió de mucho. La Guerra con Brasil aún nos desangraba -fundamentalmente a Buenos Aires-, aunque había finalizado hacía algunos meses. 
A todo el panorama se sumaba la primera deuda externa. Sobre esta economía abatida se buscó aumentar los recursos estatales creando nuevos impuestos y prohibiendo el envío de moneda al exterior, soluciones que nos suenan cercanas. 
En momentos como el actual, donde la situación de muchos argentinos no es la mejor, ser negativos no ayuda. Pero quizás tampoco sirva de mucho actuar como, esporádicamente, venimos haciendo desde 1828.
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