A lo largo de la historia muchos reyes se convirtieron en una molestia para la iglesia y viceversa, bueno ahora vamos a referirnos a un ‘viceversa’. El escenario del entuerto era la Inglaterra del siglo XII, el motivo no era metafísico, conceptual o dogmático, era por ver quién cortaba el bacalao en el país, si el Rey o Dios. En un rincón el mismísimo rey Enrique II y en el otro Thomas Becket. A don Enrique II no le alcanzaba el yelmo para ponerse los títulos, duque de Normandía y Aquitania, conde de Anjou, conde de Maine, conde de Nantes y señor de Irlanda, ah, y rey de Inglaterra desde los 21 años. En el otro rincón un tal Thomas Becket, a secas, pero eso sí, con un guardaespaldas de temer, el propio dios, o mejor dicho, la iglesia, que es como decir su embajador terrenal. El encono entre ambos surgió cuando el propio Rey lo había postulado como arzobispo de Canterbury. Lo había elegido porque era un clérigo bastante afecto a las fiestas y a los placeres que se ofrecían en los palacios. Pero una vez que ocupó el cargo se lo comió el personaje, se volvió casto, austero y se declaró fiel al poder de Roma. El rey se tragó el sapo pero se mantenía en sus menesteres y no se metía en asuntos divinos, pero Becket era un poco metiche y pretendía tener injerencia en las decisiones políticas. Desde su púlpito defenestraba a don Enrique y los acólitos influyentes se debatían entre arriesgarse a perder todo del cuello para arriba o hipotecar la vida después de la muerte. El hecho es que cuatro caballeros anglonormandos lo cortaron en fetas en el altar de la Catedral de Canterbury. Enrique II negó a viva voz haber mandado a matar a Becket, solo admitió haber dicho "-Será posible que nadie sea capaz de librarme de este clérigo turbulento?". Si el rey dice eso no iban a faltar voluntarios. El hecho es que le salió el tiro por la culata porque el asesinato dividió a ingleses de católicos, dos ingredientes incompatibles. Enterada toda Europa del crimen presionaron a Roma y en solo 3 años fue canonizado. La tumba era un lugar de peregrinación constante y la relación "Casa real- iglesia" se mantuvo tirante durante 300 años. Enrique VIII, un rey fanfarrón que se la pasaba contrayendo matrimonio decidió poner fin a la relación con Roma. En un rato libre que le quedó después de degollar a una de sus esposas ordenó prohibir el catolicismo y auto nombrarse líder de la iglesia de Inglaterra. Pero la figura de Becket inspiraba a la resistencia. Sin despeinarse ordenó destruir todas las tumbas de santos católicos y quemar sus huesos. Se supone que los frailes de Canterbury los escondieron antes, pero como no se lo contaron a nadie da lo mismo, nada se sabe de los restos de Becket..
Fuente: Pequeñas Piezas de la Historia
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