"Si el arte enfatiza su relación con el deseo, el porno hace lo propio con su satisfacción", dicen los autores del ensayo. (Foto vintage.fr.com)
La conocida tradicionalmente como "literatura rosa" parece haber quedado atrás, ya que hoy son los nuevos títulos de "literatura roja" los que mes a mes se instalan en librerías de todo el país y se venden.
Tras el éxito de ventas de Cincuenta sombras de Grey de E.L.James, las propuestas eróticas cruzan el límite de las novelas románticas, cuyo público selecto era principalmente femenino.
Literatura erótica se ha leído siempre. "Si ver o leer porno es fácil, verse viendo o leyendo porno es mucho más complicado. Una de las dificultades en torno de este género es la de reconocerse sujeto susceptible, de sujeto que lo busca activamente y sujeto que se reconoce a sí mismo mientras ve o lee porno", aducen Andrés Barba y Javier Montes en su ensayo La ceremonia del porno, publicado por Anagrama en 2006, en el que analizan ese triple reconocimiento en torno del arte, el erotismo, la pornografía y sus complejos límites.
El Marqué de Sade, Santa Teresa, Georges Bataille, Roland Barthes, Madonna, Martin Amis y muchos otros pasan por este ensayo, sumándose a muy diferentes y notables personajes de la historia y de la literatura han hablado sobre el tema a lo largo de los siglos, alternando las batallas sin cuartel entre pornófilos y pornófobos, con el análisis de cómo, merced a internet y nuevas tecnologías como una webcam, el antiguo consumidor se está convirtiendo en productor y en sujeto porno.
El consumo masivo de productos directamente asociados al erotismo indica que vamos hacia una nueva etapa de comprensión en lo relativo a las prácticas de la sexualidad.
“La pornografía es una ceremonia privada”
En sus diversas manifestaciones como producto cultural, el porno perturba, conmueve, revela. Jamás resulta indiferente.
“Hay una convención extendida cuando se habla de porno. Se acepta, sí, que es un asunto interesante desde puntos de vista filosóficos, antropológicos, sociológicos o cualesquiera otros. Y a la vez parece darse por hecho que por interesante que pueda resultar, sólo atañe a los demás. Que siempre son otros quienes conciben, producen, ofertan y consumen porno. En cierto modo, esto es verdad: siempre es otro quien consume porno porque incluso uno mismo, cuando consume porno, es otro”, explican Barba y Montes en su ensayo.
Y sentencian: “La pornografía es una ceremonia. Y una ceremonia privada. Toda la seducción de la ceremonia está basada en la violencia que ejerce sobre la lógica del sentido. Se fundamenta en una suspensión de la lógica que permite su dialéctica mágica: se produce un vencimiento del mundo a través de la estructura mágica de la ceremonia”.
En lo que se refiere a la literatura erótica, cualquier estructura narrativa de carácter simbólico, esa ceremonia sólo se produce si el lector acepta el presupuesto de la revelación y se vincula con el compromiso del deseo, de la excitación, del estado de gracia.
“Arte pornográfico es un oxímoron similar a porno artístico. La percepción clara del límite y la insuficiencia es el desgarro con que lidian arte y porno”, argumentan los autores del ensayo. Arte y erotismo trabajan en una “zona de evaporación”, en donde el arte sublima el límite, lo merodea, lo complejiza, mientras que el porno toma el atajo, el camino más corto para cruzar ese límite.
Y sintetizan. "Si el arte enfatiza su relación con el deseo, el porno hace lo propio con su satisfacción. Si el porno reduce su objeto y lo despoja de lo accesorio hasta transformar la sexualidad compleja en puro sexo, el arte hará lo contrario con una imagen sexual: aludirá a la compleja sexualidad a partir del sexo puro".
Fuente: La ceremonia del porno, de Andrés Barba y Javier Montes. Barcelona, Anagrama, 2006.
Patricia Rodón
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