Así vendían su trabajo por plazas, calles, mercados y jardines los minuteros.
Bueno, en realidad, estos fotógrafos tardaban un poco más en entregar al cliente la fotografía. Pero merecía la pena esperar para tener, por mucho menos dinero que en un estudio fotográfico, un retrato de calidad.
La fotografía ambulante, tan común en los albores de la fotografía, dio paso en pueblos y ciudades a los fotógrafos minuteros que, gracias a los avances en revelado y positivado de las placas, pudieron ejercer su trabajo sin la pesada parafernalia de sus antecesores. Les bastaba un cajón con el objetivo, las placas de cristal, los cartones donde se plasmaba el retrato, líquidos de revelado y algún cubo con agua; poco más.
Duro e ingrato trabajo que ha tardado mucho tiempo en ser reconocido artísticamente.
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