Para mediados del siglo XIX casi todas las potencias habían tenido grandes victorias militares y estrepitosas derrotas. Como ninguna se sentía invencible, en 1864 se sentaron en una mesa a intentar ponerle humanidad a las guerras. Eligieron Ginebra porque estaba equidistante de casi todos los participantes. Lo de los hoteles de lujo, bebidas y perfumes fue casualidad. Lo primero que discutieron fue el destino de los heridos en combate que quedaban en territorio enemigo. Para que meterse a hacer algo que otro ya hizo antes y bien. Decidieron apoyar con dinero y logística a la 'Cruz Roja Internacional' creada por el banquero suizo Henry Dunant un lustro atrás. En 1906 se volvieron a reunir otra vez en Ginebra. Esta vez se pusieron de acuerdo en el trato hacia los prisioneros de guerra y náufragos. La Primera Guerra Mundial desnudó la hipocresía de las potencias que no les importó lo firmado. Los crímenes aberrantes, reducciones a la esclavitud y las ejecuciones masivas mostraron lo inútil de reunirse en una mesa con cara de buenos tipos si ante el primer disparo se convertían en monstruos. Sin ponerse colorados se volvieron a reunir por tercera vez en 1929. Otra vez en Ginebra, ya le estaban tomando el gustito. Como ya nadie los tomaba en serio se propusieron hacerlo humanístico, minucioso, ambicioso, ampuloso y esta vez prometieron cumplirlo, si ya sé, no se rían. Ahora detallaron los tratos que debían recibir los soldados hechos prisioneros, los civiles en territorios ocupados y los alcances de una rendición incondicional. Los responsables pasaron a ser los estados, no los militares a cargo de las operaciones, así no le echarían la culpa a un loco para evadir responsabilidades. Se obligaba a los estados invasores a proveer de salud y alimento a los habitantes de los países invadidos y la imposibilidad de establecer trabajos forzados a la población civil. Por lo visto en la segunda guerra mundial, lo firmado no lo habían traducido ni al alemán, ni al ruso, ni al japonés, ni al inglés. Cuanto más papeles firmaban más horrorosas se volvían las guerras. Ya era negocio esconder las lapiceras. En 1949 se volvieron a juntar, otra vez en Ginebra, ya parecían una familia disfuncional que se reúne solo en los velorios. Cuando se sentaron en la mesa se dieron cuenta que lo firmado en 1929 no tenía fisuras, lo único que le faltaba era respetarlo. Para garantizarlo no se les ocurrió mejor idea que lo supervise la recién creada 'Naciones Unidas'. Que dios nos ayude.
Fuente: Pequeñas Piezas de la Historia
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