lunes, 14 de abril de 2025

Antes de 1922, ser diagnosticado con diabetes tipo I era una sentencia de muerte. No había tratamiento, no había esperanza. Solo una lenta despedida.


En la foto, un niño de 14 años, Leonard Thompson, yace en una cama de hospital, sumido en un coma diabético. Sus padres aguardan fuera de la sala, con el alma rota, esperando lo inevitable. Un equipo de médicos liderado por Frederick Banting y Charles Best entra a la habitación con una pequeña jeringa en la mano. Contiene insulina, nunca antes administrada a un ser humano. Es su última oportunidad. Se la inyectan. Segundos de silencio. Minutos de incertidumbre. Y entonces, ocurre el milagro. El nivel de glucosa en la sangre de Leonard se estabiliza. Su respiración se vuelve más fuerte. Abre los ojos. Sale del coma. Su primera petición, entre susurros: "Quiero ver a mis padres". La noticia recorre el hospital como un relámpago. Donde había resignación, ahora hay alegría. Donde había muerte, ahora hay vida. Frederick Banting y su equipo sabían lo que tenían en sus manos: no un descubrimiento para enriquecerse, sino un regalo para la humanidad. Patentaron la insulina y la "vendieron" a la Universidad de Toronto por solo 1 dólar. Banting lo dejó claro: "La insulina no me pertenece, le pertenece al mundo." Desde aquel día, millones de vidas han sido salvadas. Pero todo comenzó con un niño al borde de la muerte y un grupo de médicos que se atrevió a desafiar lo imposible. (Historia AI)

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