Cuando apenas empezaba el año 1921 llegó a Mendoza una muchachita francesa, de 25 años, llamada Adrienne Bolland. Ella tenía un único e inusual objetivo: cruzar los Andes en aeroplano, una aventura impensable para las mujeres de su época.
Su estadía causó gran alboroto en “la ciudad de barro”; como llamaba Alejandro Santamaría Conil a nuestra provincia. De hecho, algunos opinaban que la aviadora francesa no sobreviviría a la travesía. Pese a los malos augurios, a los comentarios y las dudas Adrienne se entregó a su suerte y quedó inmortalizada en la historia al cruzar el macizo andino con éxito.
El domingo 20 de marzo de ese año, Bolland fue entrevistada por un cronista de diario Los Andes, que la esperó en el Grand Hotel para charlar con ella sobre la temeraria empresa que iba a realizar. Aquel lujoso hotel, ubicado en aquellos años en la calle Gutiérrez 148, era uno de los más importantes que tenía la provincia.
Un día después la nota fue publicada junto a un retrato de Adrienne; que fue tomado días antes en Buenos Aires y publicado por la recientemente desaparecida revista “El Gráfico” en su número 91 -del sábado 19 de marzo-. Este dato es curioso e interesante pues una práctica como la aviación estaba en aquellos años muy vinculada al deporte, de allí la noticia en “El Gráfico”.
Reproducimos aquí el texto con que el periodista de nuestro diario plasmó para la historia una de las pocas entrevistas que le hicieran a Bolland, antes de que emprendiera su hazaña:
“Tal como lo anunciáramos, ayer por la tarde llegó a Mendoza la aviadora francesa Adrienne Bolland, quién, según se ha dicho, intentará en breve la travesía aérea de la cordillera.
Un público muy numeroso esperó en la estación ferroviaria la entrada del convoy, demostrando una explicable curiosidad por conocer a la arriesgada sportman que sin duda, habrá de ratificar ampliamente, entre nosotros, la merecida fama y el justo renombre cimentado en Buenos Aires.
Enseguida de llegar entrevistamos en el hotel, donde se aloja, Mlle. Bolland.
Gentil, amable, realzando su sonrisa con la viveza de sus ojos verdes, que dan mucha vida y expresión a su semblante juvenil, la aviadora francesa comenzó por agradecer el saludo que le presentamos en nombre de Los Andes.
Y después, ya entablada la conversación sobre el tema relativo a su próxima tentativa, nos dijo:
- Desde el tren he visto las primeras estribaciones andinas. La cordillera me ha parecido realmente soberbia, colosal... Solo ansío cuanto antes iniciar mis vuelos para verlas desde lo alto...
- ¿Cuándo comenzarán sus ensayos preliminares?
- En cuanto esté listo el hangar que comenzará a ser armado hoy.
Una vez hecho ese trabajo, mi mecánico, René Dugenier (Duperrier), iniciará la preparación del motor del Caudron 80 H.P., tarea que ha demorar cuatro o cinco días más y entonces, entraré de lleno a la labor. Haré, como es natural, algunos ensayos previos, imprescindibles y una vez que se haya presentado la oportunidad propicia, intentaré la difícil travesía...
- ¿Sus impresiones?
- Favorables, desde luego. Tengo confianza en mi Caudron y los vuelos de estudio servirán para orientarme, proporcionándome al mismo tiempo, una serie de observaciones muy útiles y necesarias, sin duda. Los hechos dirán después...
Y Adrienne Bolland, subrayando esta última frase con su habitual y franca sonrisa, propia de quienes como ella, están habituadas a desafiar el peligro y a salvar los obstáculos con la serenidad característica de los que dominan el espacio”.
La intrépida aventura de una mujer
Mademoiselle Bolland llegó a Mendoza. Estuvo varios días con los preparativos, hasta que en la madrugada del 31 de marzo, muy temprano, Adrienne arribó al aeródromo de Los Tamarindos con el objetivo de cumplir un sueño. En el hangar, su mecánico, un joven de 27 años llamado René Duperrier preparaba el avión para emprender aquel viaje junto a su asistente Crochard.
Llevaba como vestimenta un mameluco, campera, gorro y botas de cuero, previsto para soportar las bajas temperaturas.
A las 7 de la mañana, el avión Caudron de 80 HP estaba listo. La aviadora se acomodó en la nave y partió rumbo a la cordillera. Al llegar a Uspallata, las condiciones meteorológicas comenzaron a ser desfavorables; fuertes vientos, hacían que el avión perdiera altura.
En una sabia decisión, la aviadora regresó a Mendoza y su máquina aterrizó en el campo de Los Tamarindos.
Luego del fallido viaje, la Bolland, decidió realizar la travesía al otro día, el 1 de abril.
Muy temprano, Bolland, llegó al campo de aviación dispuesta a cruzar los Andes. Su aeroplano, un Caudron “petit” G3, fue sacado del hangar hasta la improvisada pista.
Todo estaba listo, Adrienne, llevaba entre sus manos un bolso con un puñal, tres cebollas para combatir la puna y un pan candeal como alimento.
Se subió a la cabina, estrechó fuerte la mano de su mecánico, en agradecimiento de su importante labor y con una simpática sonrisa, se dirigió al público diciendo: “Hasta la vista señores”. Eran las 6.30 de la mañana; entonces se dio la señal y la máquina se deslizó hacia el sudeste. En una rápida carrera, comenzó a tomar altura y la nave se remontó hasta alcanzar unos 3.000 metros de altura en dirección a las nevadas cumbres de la cordillera, siguiendo la línea del ferrocarril y el telégrafo.
En Uspallata, después de casi una hora de haber despegado desde los Tamarindos, la nave sobrevoló la estación ferroviaria y se perdió en la inmensidad de la cordillera. Al llegar a Las Cuevas, el avión alcanzó los 4.850 metros de altura, batiendo el récord mundial realizado por una mujer. Adrienne comenzó a preocuparse por la estructura de la nave, ya que su altitud máxima era de 4.000.
Después de salir de Mendoza, los anteojos que llevaba le apretaban mucho. Antes del vuelo se había vendado las manos con papel y se había colocado unos gruesos guantes de cuero para resguardarse del frío. Esto no le permitía tener gran movilidad. Cuando estaba sobrevolando Punta de Vacas llevó la mano al rostro para tratar de acomodar el anteojo que le molestaba.
Al forcejear con el guante, el anteojo se rompió y cayó al vacío debiendo efectuar el vuelo con la cara descubierta y sin protección.
Comenzó a sentir el viento frío que cortaba su rostro y afectaba sus ojos, pero su meta era llegar a Santiago. Cuando llegó al Río Blanco, un fuerte viento hizo sacudir el avión, aunque pudo sortear este inconveniente.
Luego pasó por el pueblo de Los Andes, a las 10 de la mañana.
Un dolor intenso sintió en los ojos, que estaban desprotegidos, pero supo resistir. Sólo faltaban 10 minutos de viaje para llegar a Santiago.
El aeroplano comenzó a descender y de repente se empezaron a ver las pequeñas casas. Localizó la pista y con unos suaves giros la joven francesa aterrizó ante una multitud que la ovacionaba. Al salir de la máquina, su rostro estaba amoratado por el intenso frío que había soportado. Valió el sacrificio y su sueño se hizo realidad: ser la primera mujer aviadora en vencer la cordillera de los Andes.
Cincuenta años después, regresaría a Mendoza para rememorar aquella hazaña.
Dato curioso
Cuenta la escritora francesa Coline Béry en su libro “Adrienne Bolland ou les ailes de la liberté” (“Adrienne Bolland o las alas de la libertad”), que antes de partir a Chile la aviadora se puso debajo de su mameluco de algodón marrón, varias páginas de papel del diario Los Andes, que pidió que le guardaran durante una semana. Luego se calzó un pulóver de cuello alto y, por encima, un kimono de seda traído de China.
Después de concretar su hazaña, y gracias a la utilización de un aceite para avión llamado Autoline que pertenecía a la Compañía General de Aceites de Buenos Aires, Bolland fue entrevistada por varias revistas de la época.