De pie frente al canal de La Mancha, el anciano ilustre sintió un fuerte malestar. No se quejó, pero su hija advirtió todo. Se acercó, lo sostuvo y le preguntó si estaba bien. Con tranquilidad y en francés, el metal de su voz respondió: “Es la tempestad que me lleva al puerto”. La profecía no tardó en cumplirse. José Francisco de San Martín murió pocos días más tarde –el 17 de agosto de 1850– a los setenta y dos años, dejando en la orfandad a los suyos y a gran parte del continente americano. Treinta años más tarde, el 20 de mayo de 1880, Montevideo recibió con una salva de veintiún cañonazos sus restos que, procedentes de Francia, llegaron al país vecino en el barco “Villarino”. Los argentinos de entonces conocieron cada detalle a través de los periódicos. La recepción fue majestuosa e incluyó numerosas embarcaciones.
Pasados ocho días los venerables despojos arribaron a Buenos Aires. Al bajar el féretro, Domingo Faustino Sarmiento –que no iba a perderse tamaña oportunidad– los recibió y pronunció las primeras palabras en el muelle. Pronto, el cortejo fúnebre se trasladó hasta la porteña Plaza San Martín. Allí esperaban el presidente Nicolás Avellaneda y sus ministros, junto a invitados del extranjero. Se pronunciaron discursos y avanzaron por la mítica calle Florida, para terminar a las cuatro de la tarde en Plaza de Mayo. Espléndidos caballos tiraban de la carroza donde iba el ataúd, mientras la multitud arrojaba flores al ilustre guerrero. El mal tiempo castigó a la ciudad, envolviendo todo bajo una fuerte lluvia y dando un aspecto aún más solemne al lúgubre cortejo. Los restos del General San Martín llegaron a la Argentina, el destino que quería “para su corazón”, 30 años después de su muerte.
San Martín fue velado durante 24 horas en la Catedral Metropolitana. Una crónica del diario La Prensa señala: “...Durante toda la noche los guerreros y los descendientes de los fundadores de la patria marcharon severos y tristes bajo el pálido resplandor de los cirios, para rendir postrer homenaje a su antiguo jefe...”. Finalmente se lo depositó allí, donde actualmente es custodiado a diario por sus granaderos. Se cumplió así la voluntad póstuma del Libertador, expresada claramente en su testamento: “Desearía que mi corazón fuese depositado en el de Buenos Aires”. Por entonces aún vivía Mariano Balcarce, yerno de San Martín, y Josefa Balcarce, nieta menor del prócer. Ambos permanecieron en Francia junto al marido de esta, habitando el pequeño castillo que Balcarce compró. Merceditas había fallecido cinco años antes y su primogénita, María Mercedes, en 1860. Hacia 1904 sólo quedaba Josefa. Anciana, viuda y sin descendientes, convirtió la casa familiar en un hogar para personas de la tercera edad sin recursos. Buscando mejorar las condiciones de sus huéspedes tomó un curso de enfermería y amplió el espacio comprando terrenos aledaños. Cuando la sombra negra de la muerte se posó sobre el Viejo Continente, esta digna nieta de dos grandes militares, participó de la Primera Guerra Mundial. Transformó momentáneamente su albergue en el Hospital Auxiliar N° 89, adquiriendo un centro de operaciones muy moderno para entonces. Cumplió ochenta años entre soldados malheridos y moribundos, a quienes consolaba en sus últimos momentos. En reconocimiento, Francia le otorgó la Legión de Honor. Su fundación aún existe, refugió a muchas familias judías durante la Segunda Guerra Mundial y hoy es un asilo de ancianos. Josefa murió en abril de 1924 a los ochenta y siete años, extinguiendo la sangre del Gran Capitán. Dada su condición de heroína local, la nieta menor de San Martín descansa en el pueblo francés de Brunoy, donde por algunos años cierta calle llevó su nombre. El resto de la familia corrió con otra suerte. Hacia 1951 el gobierno mendocino gestionó la repatriación de los despojos de sus padres y hermana para ubicarlos en la Basílica de San Francisco. En aquella oportunidad el traslado desde Europa estuvo a cargo del guardacostas “Pueyrredón”, que regresaba de un viaje de instrucción de los cadetes del último año de la Escuela Naval Militar. Esta vez no fueron recibidos por Domingo Faustino, sino por Juan Domingo. Los primeros días de diciembre de aquel año el presidente Perón encabezó el emotivo acto.
Ingresando al puerto el “Pueyrredón” recibió saludos de inmediato. Los buques surtos en las dársenas hicieron oír sus sirenas, mientras tripulantes y transeúntes rindieron homenaje agitando sus sombreros. Simultáneamente sobrevoló la zona una escuadrilla de cazas de la Fuerza Aérea Nacional. Merceditas, llamada por su padre “La Mendocina”, murió en Francia en 1875. Su cuerpo arribó a nuestra provincia en 1951 y fue recibido con honores. En los alrededores la multitud se agolpaba con banderas argentinas y una banda de música ejecutaba melodías sacras. Desde el puerto, los restos fueron trasladados por un puñado de Granaderos a Caballo al Instituto Nacional Sanmartiniano, donde se levantó una capilla ardiente. Al día siguiente, una delegación integrada por miembros de dicho Instituto, junto a legisladores mendocinos, fueron los encargados de acompañar el traslado en tren a Mendoza. Entre estos se encontraban Alejandro Mathus Hoyos y Lorenzo Soler, por entonces senadores nacionales.
El jueves 13 de diciembre de 1951 por la mañana “La Mendocina” (como llamaba San Martín a Merceditas), regresó a la tierra que la vio nacer. Al vislumbrarse a lo lejos el esperado tren aumentó la expectativa de las personas que, agolpadas en el andén, aguardaban hacía horas. La locomotora que lucía en su frente el escudo nacional llegó a destino y todo se volvió silencio. El suspenso fue interrumpido por la marcha fúnebre, interpretada por la banda policial. Tras dicha interpretación los encargados del traslado descendieron y una delegación de Granaderos a Caballo, junto con cadetes del Liceo Militar General Espejo. llevaron en hombros las urnas hasta tres jeeps con adornos florales. El cortejo se movilizó a Casa de Gobierno, donde se efectuó un concurrido acto en la antigua Sala de la Bandera. Al día siguiente las cenizas fueron depositadas en el interior de la Basílica de San Francisco, donde actualmente podemos visitarlas. Para que todos pudieran homenajear a Merceditas se cerró el comercio durante algunas horas. Además, miles de alumnos de las escuelas de la provincia fueron parte del cortejo. “Mendoza, que creyó en él en el tiempo de su misión en Cuyo para merecer en recompensa la gratitud perdurable del héroe, no podía recibir sin profunda emoción las cenizas humanas de mucho de lo que más amara el conductor del Ejército de los Andes. Tras las urnas cinerarias, marchó el pueblo en imponente procesión de Fe y de respeto” (Los Andes, 1951)
Por Luciana Sabina
http://losandes.com.ar/article/view?slug=el-descanso-final-de-la-familia-san-martin
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