Leonardo da Vinci, Thomas Edison y Albert Einstein tuvieron problemas de aprendizaje. Salvador Dalí y Pablo Picasso fueron caprichosos y revoltosos; Sigmund Freud y Frida Kahlo vivieron hechos traumáticos que los marcarían de por vida. ¿Qué es un genio? Tal vez un niño que logró ser tomado en serio.
Albert Einstein, Frida Kahlo, Sigmund Freud y Pablo Picasso: niños encantadores.
La infancia es uno de los períodos fundamentales en la vida de las personas. Y grandes genios del arte y de la ciencia fueron marcados durante su niñez por situaciones que influirían en su vida adulta.
La curiosidad, la inquietud, la capacidad de cuestionarlo todo son cualidades que definen a los niños, quienes no tienen ningún pudor a la hora de importunar con sus preguntas, de correr y recorrer el mundo y de descubrir los secretos de cada objeto, situación o palabra que se les ponga en el camino. De ahí que para muchos la creatividad habita en ese núcleo infantil que el adulto no olvida ni censura.
También los dolores sufridos en la niñez perduran, enmascarados, en la vida de “grande” y son unas de las fuentes en las que artistas y escritores abrevan para pintar, escribir o componer. La pérdida, ya sea por la muerte de seres queridos o por el abandono, se repite en la mayoría de los casos de muchos personajes célebres.
Antes de convertirse en una persona con talento, los grandes creativos de la historia fueron niños; algunos tuvieron problemas de conducta, otros de aprendizaje; unos soportaron familias disfuncionales y otros, terribles enfermedades y muertes cercana. Para ninguno de ellos la vida fue sencilla y transitaron la suya como pudieron, permeando a través de la creación artística o científica su rico mundo interior.
El creador de La última cena, Leonardo da Vinci, denota en las extravagante notas manuscritas de sus “códices” tan que tenía dislexia; sus textos contienen muchos errores sintácticos y ortográficos, además de insólitos errores idiomáticos. Varios de sus biógrafos hacen mención de sus dificultades con la lengua y la capacidad lectora. De hecho, el propio Leonardo escribió que uno de sus sueños era que alguien pudiera leerlo.
Isaac Newton nació tres meses después de la muerte de su padre; fue criado por sus abuelos y tuvo infancia muy solitaria y era tan bueno para sostener agrias peleas verbales y físicas con quienes lo agredían como para realizar operaciones matemáticas.
Thomas Alva Edison, debido a su mala salud, no asistió a la escuela; sin embargo, se convirtió en un inventor prolífico. Albert Einstein no habló hasta los tres años, lo impresionaba la claridad y exactitud de la ciencia, era mediocre en toda materia que exigiera la recuperación léxica, como los idiomas extranjeros y rechazaba el aprendizaje que se pretendía inculcar de memoria en la escuela.
El astrofísico Stephen Hawking, a quien a los 21 se le diagnosticó una esclerosis lateral amiotrófica, fue un niño excéntrico, criado en una casa caótica de una sola habitación “parecida a la guarida de un mago o el laboratorio de un científico loco”.
Salvador Dalí, que nació después de la muerte de un hermano, era un niño caprichoso, revoltoso y terco que exasperaba a sus familiares, en especial a su padre quien intentó disciplinarlo sin éxito; mimado por su madre y su abuela, era bueno y sentimental; su carácter desde pequeño presagiaba sus rasgos excéntricos y antojadizos como artista; la confrontación con su padre fue constante y se prolongó durante toda la vida del pintor.
Pablo Picasso era pésimo alumno en matemáticas para desesperación de sus padres, una de sus hermanas murió de difteria muy joven, hecho que conmocionó al futuro artista; su padre era pintor y su influencia fue determinante; lo citaba constantemente y decía: “Cada vez que dibujo un hombre pienso en mi padre”.
Cuando Pablo Neruda aprendió a escribir le escribió a su madrastra, Trinidad, un poema con rima y se lo mostró a su padre, quien le preguntó de dónde lo había copiado.
La vivencia de situaciones dolorosas durante la infancia suelen dejar huellas poderosas en la vida adulta. Sigmund Freud, el creador del psicoanálisis, era mayor de seis hermanos y sufrió la temprana muerte de hermano Julius y la “ausencia” de su madre a causa de los sucesivos embarazos; estas experiencias habrían de alumbrar su teoría del Complejo de Edipo.
Las hermanas Brontë, Charlotte, Emily y Anne, fueron internadas por su padre en una horrible casa de beneficencia cuyas terribles condiciones sanitarias enfermó de tuberculosis a sus otras dos hermanas, Elisabeth y Marie, quienes murieron muy jóvenes; esta pérdida hizo que las sobrevivientes se refugiaran en la literatura, escapando de los rigores de la época victoriana.
La pintora mexicana Frida Kahlo conoció desde niña el dolor físico; a los seis años contrajo poliomielitis, esta enfermedad fue la primera de múltiples dolencias y operaciones que serían agravadas por las gravísimas lesiones que sufrió en un accidente a los 18 años que la obligaron a padecer 32 intervenciones quirúrgicas y a usar un corsé de yeso durante el resto de su vida.
Andy Warhol, uno de los principales referentes del arte pop, sufrió desde los 8 años de la enfermedad llamada Corea del Sydenham, una afección del sistema nervioso central que provoca movimientos involuntarios en las extremidades; pasó gran parte de su infancia en cama, en la que jugaba con muñecas y “mis muñecas recortables de papel no recortadas esparcidas por la cama”, relató él mismo.
Fuentes: Infancias. Un recorrido por la niñez de intelectuales y artistas, de Denise Despeyroux; Cómo aprendemos a leer, de Maryanne Wolf
Patricia Rodón
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