Son leyenda sucesos protagonizados por Elpidio González, ex vicepresidente de la Nación (1922-1928), que contrastan con la impresión de que, en general, los políticos se sirven del Estado, en lugar de servirlo en beneficio del pueblo. Un hecho destacado es que, en 1938, declinó cobrar la pensión de privilegio, vitalicia, asignada por ley en mérito al alto cargo que ejerció. También devolvió una considerable suma de dinero, proveniente de la caja oficial, que pretendía amortiguar su precaria economía doméstica. El relato de esos hechos se reanima cada tanto, como elemento comparativo. De cualquier forma, el foco de interés en la figura de Elpidio González, puede ampliarse a su condición de protagonista de acontecimientos que conmovieron al país.
Elpidio nació en Rosario, el 1 de agosto de 1875; hijo de Serafina González y Domingo González, coronel que guerreó contra el Paraguay, de 1865 a 1870. La síntesis biográfica editada por Martín Quiroz, indica que Elpidio se radicó en Córdoba para estudiar Derecho, carrera que no concluyó por dedicarse a la militancia en la Unión Cívica Radical, en la corriente liderada por Hipólito Yrigoyen. Participó en los fallidos intentos revolucionarios de 1903 y 1905.
Fue perseguido por el régimen, hasta que con la vigencia de la Ley Sáenz Peña, el voto popular lo consagró diputado provincial y diputado nacional. La fórmula Yrigoyen-Pelagio B. Luna ganó los comicios de 1916 y Elpidio integró el grupo de estrechos colaboradores del presidente. En su nombre, viajó a Córdoba para expresar el respaldo a la Reforma Universitaria de 1918, irradiada por Latinoamérica.
En 1919 se produjo en Buenos Aires, el conflicto gremial que culminó con la Semana Trágica. Al respecto, la actuación de Elpidio fue controvertida. Hay fuentes informativas que le atribuyen el fallido papel de mediador. En cambio, la prensa de izquierda lo acusó de proceder como jefe de la policía represora, asociada con la fascista Liga Patriótica para sofocar la protesta obrera.
Cuando se cumplían los seis años de mandato de Yrigoyen, sin posibilidad de reelección por impedirla la Constitución, el radicalismo estaba en condiciones de repetir la victoria. La elección de candidatos principales correspondía al cuerpo de delegados de la Convención Nacional. La fórmula se integraba con postulantes a presidente y vice, votados por separado. Marcelo T. de Alvear obtuvo una amplia mayoría. Elpidio González se impuso de manera ajustada. En los comicios generales del 1 de abril de 1922, la boleta Alvear-González triunfó sin problemas, aunque los componentes respondieran a corrientes ideológicas internas diferentes.
Las disidencias entre Alvear y González expresaron a los antipersonalistas y a los yrigoyenistas, respectivamente. En el libro Elpidio, la Vida de un Vice Presidente Honrado, Martín Quiroz brinda pormenores de la tirantez insuperada. A tal punto, que Alvear apadrinó a Leopoldo Melo-Vicente Gallo, adversarios de Yrigoyen-Francisco Beiró en los comicios del 2 de abril de 1928. Melo-Gallo tuvieron 440 mil sufragios. Yrigoyen-Beiró 840 mil. Antes que se reuniera el Colegio Electoral falleció el entrerriano Beiró, reemplazándolo Enrique Martínez en la función de vicepresidente. Elpidio González se desempeñó como ministro del Interior y de Guerra, cuando el golpe cívico-militar se preparaba.
El 6 de setiembre de 1930 el general José Félix Uriburu usurpó el poder. Elpidio González fue confinado durante dos años. Despidió los restos de Yrigoyen, el 2 de julio de 1933. Se lo vio con la cabellera y barba largas. Mientras el contubernio crecía y legitimaba a la década infame, Elpidio se aisló de la política. Su precariedad económica llegó a oídos del presidente Agustín P. Justo, que le envió un sobre con dinero en efectivo, devuelto por el destinatario.
En 1938 se sancionó la ley de pensión vitalicia para ex presidentes y vice presidentes. Con fecha 6 de octubre de ese año, Elpidio le comunicó al titular del Poder Ejecutivo, Roberto M. Ortiz, que no aceptaba el privilegio: “(…) jamás me puse a meditar, en la larga trayectoria recorrida, acerca de las contingencias adversas o beneficiosas que los acontecimientos podían depararme. No esperaba, pues, esta recompensa, ni la deseo, y al rechazarla me complace comprobar que estoy de acuerdo con mis sentimientos más arraigados (…)”.
Elpidio González se hospedaba en sitios de segunda categoría, por baratos y ajustados a sus ingresos, que no eran fijos. El diario La Nación lo detectó en plena labor de corretaje de las conocidas pomada y anilina “Colibrí”, fabricadas por la empresa propiedad de un amigo, Germán Ortkras. Tuvo esporádicas apariciones públicas en 1945, para firmar declaraciones que exigían pronta convocatoria a elecciones, interrumpidas por el golpe de Estado del 4 de junio de 1943. Alguna prensa pro-castrense bromeó con su nombre, llamándolo “Alpidio”. En 1949 sufrió un accidente que lo postró. Falleció a los 76 años, en el Hospital Italiano, el 18 de octubre de 1951.
En su místico testamento pidió “(…) la limosna del hábito franciscano como mortaja y la plegaria de todos mis hermanos en perdón de mis pecados y en sufragio de mi alma”. Arturo Capdevila escribió la semblanza de Elpidio González. Lo caracterizó como “Monje de la vida política”, que si no ingresó a un monasterio fue porque se brindó “a la sagrada causa del pueblo”.
Por Guillermo Alfieri
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