Sin saberlo, se convirtió en la protagonista de un icono de la dictadura militar. Hace tres días se encontró con el autor del retrato, el aún fotógrafo de la Casa Rosada Víctor Bugge, y juntos se emocionaron reviviendo aquellos terribles años.
Fue un día extraño de 1978. Raramente lo hacía, pero esa tarde Jorge Rafael Videla decidió salir por la puerta principal de la Casa Rosada. Por eso Víctor Bugge no dudó y registró el momento. Y sin querer convirtió a una nena de cuatro años en protagonista de la foto insigne de la dictadura militar. Eso fue suficiente para que el todavía fotógrafo presidencial no descansara en la búsqueda de esa chiquita, preocupado por su destino. Tardó, pero 26 años después encontró a María Eva González y pudo compartir con ella algunos recuerdos de los años de plomo.
“Como le sucedió al país hace unos días con la ESMA, el encuentro con María Eva cerró un capítulo de mi historia que tenía pendiente. Después de todo lo que pasó y de lo que hizo Videla, siempre quise saber qué fue de la vida de esa piba. Si había crecido, si estaba viva”, se emociona Bugge.
El fotógrafo lo sabe. Involuntariamente terminó alimentando la propaganda militar, que aprovechó esa imagen para esconder al asesino detrás de una máscara de hombre gentil y ademanes paternales. Muchas editoriales, afines al denominado “proceso”, ilustraron sus revistas con las instantáneas del Videla bonachón.
Bugge nunca supo cómo encarar la búsqueda. Pero la inquietud siempre se mantuvo vigente. Si no era por voluntad propia, era por la de su entorno, que al ver la foto desempolvaba el interrogante: ¿Quién es esa nena?
El primer intento serio quedó en manos de un amigo, que hace unos años le pidió autorización para iniciar las averiguaciones. Se había inspirado en una misión similar y exitosa que un grupo de reporteros gráficos puso en marcha en Medio Oriente para encontrar a una mujer musulmana que había sido tapa de la revista de la National Geographic. No logró el mismo resultado. Pasaron los días, los meses, los años, y Bugge no obtuvo ni siquiera una pista que lo guiara hacia la nena chiquita dócil y de cachetes tentadores. Hasta mediados de 2003. El 25 de mayo, cuando Néstor Kirchner asumió el poder, el fotógrafo presidencial inauguró una muestra en la Casa Rosada. Es un ritual que cumple cada vez que se produce una transmisión de mando.
“Por esos días una señora que recorría la exposición se me acerca y me dice: ‘Recién acaba de estar la nenita de esta foto’. Me desesperé. Salí corriendo para la puerta de Balcarce 24 por donde se entraba a la muestra, pero la nenita ya no estaba”, recuerda Bugge.
Igual fue un día de gloria. Para entrar a la Casa de Gobierno hay que dejar una serie de datos personales, entre ellos el teléfono. Entonces el fotógrafo se sumergió en los registros, y guiándose por los números de documentos se concentró en aquellas personas que rondaban los treinta años. Inmediatamente inició, ayudado por sus amigos, la ronda de llamados.
–Cuando se comunicó Víctor, no estaba segura que fuera yo. Le dije que había ido a la muestra porque mi mamá me hizo saber, por medio de mi hermana, que estaba en esa foto. Cuando vi la nena me resultó parecida, había rasgos parecidos. Y entonces busqué retratos míos de chica y volví al día siguiente para compararlas. Fui directo a la foto, que estaba cerca de la entrada, a un costadito, y ahí sí me reconocí –relata María Eva, aún sorprendida.
–¿Y qué sensación tuvo?
–La primera vez no sentí rechazo. No le di sentido político. Me pareció simplemente una curiosidad. Me lo tomé como algo liviano. Recién después caí que estaba con un ser despreciable.
La “nena”, una rosarina de 30 años, es una representante típica de la clase media. Está desocupada hace dos años. Su último trabajo fue en una multinacional dedicada a la publicidad que le pagaba 300 pesos al mes, y en negro. Ahora, confiesa, “vive” de su novio, ayudándole en la filmación de algunos cortos con estudiantes de la Universidad del Cine.
A Bugge, desde aquella comunicación telefónica hasta este último jueves, en el que se encontró con María Eva en el bar de Alsina y Balcarce, lo carcomió la ansiedad. Las obligaciones laborales no le daban respiro. Quedaron en verse en febrero. Pero al volver del último viaje que Kirchner hizo a Madrid, el fotógrafo casi se mata. Un accidente en la montaña, cerca de El Bolsón, donde descarriló con su auto, le provocó la pérdida del bazo y una contusión de pulmón. Estuvo diez días en terapia intensiva. Y todavía muestra dificultades para hablar sin agitarse. Pero la curiosidad lo revela. Y no para de hablar, y de preguntar.
–¿Qué hacías en la puerta de la Rosada? –se inquieta tras un largo sorbo de café y luego de flanquear las distancias que impone todo primer contacto.
–Sé que mi papá trabajaba enfrente, en el Banco Nación, y mi mamá dice que ese día lo fuimos a buscar.
–Vos sabés que Videla no salía nunca por Balcarce 50. Pero ese día se inauguraba un ingreso al Museo de la Casa Rosada, sobre la calle Yrigoyen. Me acuerdo que no fue una salida imprevista, fue más bien protocolar y con las medidas de seguridad de la época. Yo creo que debido a que eras una criatura, y que estabas con tu mamá, quedaron dentro del cerco de seguridad.
–¿Qué significó esa foto para usted?
–Fue terrible. Yo tenía veintipico de años y recién arrancaba trabajando en la Rosada. Era una foto interesante, descontracturada. Videla estaba sin uniforme. Y la nena mostraba la inocencia de mirar a alguien que no sabía quién era. Los militares la utilizaron para hablar del cariño de Videla por los chicos. Por suerte el tiempo se hizo cargo de que la imagen en un momento dijera una cosa y en otro, otra cosa.
María Eva asiente con la cabeza. Desde que se descubrió en la foto, la reacción de sus amigos fue unívoca. “Saben que yo no tengo nada que ver con ese ser despreciable, que en esa foto soy una nena. Pero todos se lo tomaron espantosamente. Me dicen ‘¿con Videla? Qué horror ¿cómo te sacaste esa foto?’ A mí me quitaron las ganas de contar la anécdota. Mis amigos no pueden separar la anécdota del personaje. Es muy fuerte, y es Videla.”
“La verdad es que pasaban cosas horribles. Para mí todo se precipitó con la vuelta a la democracia. Yo tenía 8 años y mis viejos tenían unos libros escondidos, como El Capital, que los volvieron a poner en la biblioteca. Era para mí el descubrimiento de lo que había ocurrido.”
–¿Tus padres qué te contaban?
–No mucho. Tampoco eran militantes. Mi papá decía en los últimos años de su vida que era socialista. Pero tenía adoración por Evita. Decía que gracias a ella teníamos casa. De esa adoración mi nombre. Pero no soy peronista. ¡¡¡Nunca voté a Carlos Saúl (Menem)!!!. Es más, de chica fui radical. Pero en la última elección voté a Lilita.
–¿Qué significa Videla hoy, más allá de la anécdota de la foto?
–Hace unos años me fui a vivir a cuatro cuadras de la ESMA. Y decía qué espanto, pensar que acá se torturó y se mató. La verdad que lo de las Abuelas de Plaza de Mayo me sensibiliza muchísimo. Y saber que Videla tiene la suerte de estar confortablemente preso en su casa me genera una bronca terrible.
Bugge la mira. Se consterna. No puede creer estar hablando con la chica que durante tanto tiempo le quitó el sueño. “Es una semana especial. Después de lo de la ESMA, encontrarme con ella me tira 30 años para atrás. Estoy un poco flojo”, susurra. Y no revela sólo dificultad respiratoria sino también emoción.
–¿Imaginaban así este reencuentro?
–Sí. Yo no guardo nada con cuidado. Nunca. Pero esa foto era especial. Y la guardé porque era algo más que la foto. Marcaba una época. Marcó mi vida.
–Sin dudas, tiene una carga por lo que sucedió en el país –interviene ella.
–Sí, porque si hubiera sido el Papa para mí sería una foto más. Pero acá desaparecieron miles de personas, se robaron bebés –agrega él.
Minutos después, ya relajados, combinan para posar juntos en el lugar exacto de la célebre foto. Ahora los dos ríen. Y ella, al volver la mirada hacia el retrato que la muestra con Videla, hasta se anima a una coquetería. “¿Saben que veo? Veo a una nena linda con un personaje siniestro.”
Fuente: Página 12