Los juegos olímpicos de Berlín 1936 son para mí los más ambiguos de la era moderna. Combinan lo peor de la utilización política y uno de los actos más significativos del espíritu olímpico. Hoy es una herejía hablar bien de esos juegos, pero les garantizo que si los hubiera organizado EEUU hoy serían recordados como los mejores. En primer lugar el nazismo no los solicitó, lo hizo la alcaldía de Berlín. Los juegos olímpicos los organizan las ciudades, no las naciones. La sede fue solicitada por Arthur Scholz en 1930 y adjudicada a Heinrich Sahm en 1931, más de un año antes que Hitler y el nazismo se hicieran con el poder. Pero cuando llegó el momento dijeron bueno, ya que estamos. En 1935 le solicitaron gentilmente la renuncia a Sahm y en agradecimiento lo premiaron mandándolo a Noruega. En su lugar asumió Oskar Maretzky, lo hizo luego de ganar por unanimidad las elecciones, con un solo voto, el de Hitler. Ahora si, contra el espíritu del COI, los juegos de Berlín se transformaron en un tema nacional. Pese a esta intromisión, el Führer casi no participó en la organización de los juegos. El que dirigía la batuta era su ministro de propaganda Joseph Goebbels. Hoy nos llena de emoción ver entrar la llama olímpica al estadio y encender el candelero. Espero que te siga emocionando luego de saber que fue Carl Diem, mano derecha de Goebbels, el de la idea de reflotar la tradición de llevar la llama olímpica encendida desde la antigua ciudad de Olimpia hasta la ciudad de los juegos. La verdad es que esto les salió de rechupete. Los 3.187 kilómetros que recorrió la antorcha se dividieron en tramos de mil metros para que mas de 3 mil atletas de 7 países tuvieran el honor de portarla. Cuando el atleta Fritz Schilgen ingresó el 1 de agosto de 1936 con la antorcha encendida al estadio olímpico de Berlín terminaban años de transas políticas y bochornosas agachadas de dirigentes del COI. En la Liga de las naciones todos levantaban la voz condenando las atrocidades de la Alemania Nazi y se entusiasmaban con utilizar su ausencia en los juegos como protesta. Pero EEUU aceptó pactos comerciales como sobornos y decidió participar haciendo fracasar el boicot. España mantuvo la palabra y no participó. Organizó para el 18 de julio unos juegos paralelos llamados la ‘Olimpiada Popular’ a realizarse en Barcelona. Pero les salió el tiro por la culata. El día antes de la fiesta inaugural estalla la Guerra Civil y se quedaron sin el pan y sin la torta. Con los juegos en marcha, Hitler y Goebbels se sentaron en el palco a ver como sus atletas ganaban todas las disciplinas. Se cansaban de bajar entusiasmados a saludarlos y colocarles las medallas. Pero no duró mucho, el atleta afroamericano Cornelius Johnson ganó la prueba de salto en alto y a pedido de Goebbels, Hitler le hizo pito catalán y no lo saludó en el podio. El COI le pide que se decida, o a todos, o a nadie, Hitler decidió no arriesgarse y no volvió a bajar. Mientras Jessie Owens se colgaba la primera medalla de oro, Hitler decide abandonar el estadio. En su huida se topa con Owens que se dirigía al encuentro con los periodistas. Pese a que Goebbels intentó evitar el encuentro Hitler se abrió paso y se puso en el camino de Owens, le estrechó la mano y lo felicitó por su logro. Hitler le hizo extender un permiso especial para que se moviera libremente por todas las instalaciones olímpicas. Derechos que le negaba la dirigencia de los EEUU. Terminados los juegos, Owens volvió a su país donde no podría ingresar a baños públicos ni sentarse en el autobús. Incluso el presidente Franklin Delano Roosevelt se negó a recibir a su mejor atleta en la casa blanca por miedo a perder votos para su reelección.
(Pequeñas Piezas de la Historia por Gabriel Horacio Blasco Dantuono)
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