jueves, 29 de julio de 2021

Buenos Aires, 29 de julio de 1966: La noche de los Bastones largos

Los hechos más recordados se desarrollaron en el edificio de la calle Perú al 222 —en la histórica Manzana de las Luces—, que en ese momento ocupaba la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. También hubo represión en otros sitios, como la Facultad de Filosofía y Letras —en su antigua sede de Independencia 3065—, y la Facultad de Arquitectura, en ese momento con dependencias en el predio del actual Centro Municipal de Exposiciones de la Avenida Figueroa Alcorta. Para poner las cosas en contexto, es importante recordar que la universidad argentina se constituyó como formadora de las elites gobernantes. La Reforma Universitaria de 1918, ocurrida en la Universidad de Córdoba y luego extendida al resto del sistema universitario, generó un movimiento que impulsó grandes adelantos, como por ejemplo: que se concursaran periódicamente los cargos de profesor, que hasta ese momento eran vitalicios, la separación definitiva de la Iglesia y la universidad, la participación estudiantil en el gobierno universitario. Este proceso, surgido en épocas de la presidencia de Hipólito Yrigoyen, buscaba facilitar el acceso de los sectores medios a la educación universitaria. La llegada del peronismo al poder, en 1946, favoreció el surgimiento, en el sistema educativo universitario, de los primeros atisbos de una educación superior masificada. En 1949 se estableció la gratuidad de los estudios universitarios mediante la supresión de todos los aranceles, lo que derivó en que en una década se triplicara la matrícula universitaria. En 1955, la autodenominada Revolución Libertadora derrocó al gobierno constitucional y determinó un nuevo marco jurídico para las universidades, que permitió implantar la autonomía y el cogobierno. La UBA aprobó su Estatuto Universitario en el año 1958, estatuto que rigió hasta la Noche de los Bastones Largos en lo que se conoce como «la época reformista» de la universidad. Mucho se ha escrito sobre esta década, tambiénconocida como la época de oro. Esos fueron tiempos signados por una gran conflictividad, con el peronismo proscrito, en los que la UBA desarrolló proyectos como la editorial Eudeba, con libros a precios populares; impulsó la extensión universitaria, con el proyecto de la Isla Maciel; la creación de la Ciudad Universitaria, el Instituto de Cálculo, la incorporación de la computadora «Clementina», el curso de ingreso por circuito cerrado de televisión y un proyecto de universidad crítica, reflexiva y donde la investigación fue parte esencial de la actividad de los docentes con dedicación exclusiva. Este proceso se dio en un marco nacional de creciente politización de la universidad, lo que implicó que los sectores reaccionarios y conservadores estuvieran al acecho para tratar de volver al sistema conservador anterior, ceñido a un modelo productivo primario agroexportador, que no demandaba ciencia y tecnología para el desarrollo industrial.

La larga noche

El 28 de junio de 1966, la Revolución Argentina, encabezada por el general Juan Carlos Onganía, derrocó al presidente Arturo Illia. Esa noche, las autoridades de la UBA emitieron una declaración en la que se hacía «un llamado a los claustros universitarios en el sentido de que se siga defendiendo como hasta ahora la Autonomía Universitaria (…) y que se comprometan a mantener vivo el espíritu que haga posible el restablecimiento de la Democracia». Ese mismo día, más de 240 docentes de la Facultad de Ciencias Exactas firmaron una declaración donde manifiestan su «irrevocable decisión de no reconocer otras autoridades de Facultad y de la Universidad de Buenos Aires, que las que legítimamente emanan del cumplimiento del Estatuto Universitario, así como de las leyes y de la Constitución Nacional», y donde se comprometían a «retirar toda colaboración a las personas que ilegítimamente se arroguen tal autoridad en la Universidad, haciendo abandono definitivo de nuestras tareas docentes y de investigación en la Facultad


Un mes después del golpe de Estado, el 29 de julio de 1966, el gobierno de facto sancionó la Ley N.º 16.912 de intervención de las universidades. El decano de Exactas, Rolando García, se reunió primeramente en el Rectorado y, a las 21.30, ingresó en las instalaciones de Perú 222, donde había unas 300 personas. Se realizó una reunión del Consejo Directivo y se decidió no aceptar la intervención. Sin comunicación oficial previa, el personal policial ingresó en la Facultad y García le manifestó al oficial a cargo del operativo que él era la autoridad. Como toda respuesta, recibió un golpe con un bastón, que le rompió un dedo cuando intentó protegerse la cabeza. Todo esto se relata con detalle en la denuncia judicial que el decano García realizó en los días sucesivos. No es casual que la persecución se ensañara con esa facultad, líder en las políticas progresistas que se impulsaron en esos años, y en la figura de su decano, impulsor y emblema de ellas. Como ha dicho Rolando García, «es una simplificación equivocada pensar que durante aquella oportunidad había un grupo de policías que quería romper cabezas. No, eran policías que, instigados por civiles e incluso por universitarios, intentaron —y lograron— romper el escenario». El 70 % de los docentes-investigadores de Exactas renunció y muchos emigraron al exterior. Esto, sumado a la nueva purga de la misión Ivanisevich-Ottalagano en 1974 y a la sangrienta dictadura militar de 1976, generó casi dos décadas de decadencia, que comenzaron a revertirse lentamente desde el retorno a la democracia en 1983. 

Foto fuente: Dosier conmemorativo de la revista EXACTAmente, 35.º edición, Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Buenos Aires, 2006.
Fuente: https://hugoolaguna.wordpress.com/


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