domingo, 23 de junio de 2013

Bellas, simpáticas y gauchitas. La belleza no es inherente a una obra de arte o a una persona sino que está en nuestra mente.


No es posible distinguir un ideal estético único. (Foto victorianpostcards.com)


A diferencia de los siglos anteriores, durante la última mitad del siglo XX y esta década del XXI todos parecemos seguir los modelos de belleza propuestos por las revistas de moda, por el cine, por la televisión, es decir, por los medios de comunicación de masas. Se trata de los ideales de belleza del mundo del consumo comercial.



En su monumental ensayo Historia de la belleza, Umberto Eco destaca que el cine propuso en los mismos años “el modelo de mujer fatal encarnado por Greta Garbo o por Rita Hayworth, y el modelo de "la vecina de al lado" personificado por Claudette Colbert o por Doris Day. Presenta como héroe del Oeste al fornido y sumamente viril John Wayne y al blando y vagamente femenino Dustin Hoffman. Son contemporáneos Gary Cooper y Fred Astaire, y el flaco Fred baila con el rotundo Gene Nelly”.

Es decir, que los medios ofrecen modelos de belleza tanto para los dotados naturalmente como para la proletaria de formas opulentas. “La esbelta Delia Scala constituye un modelo para la que no se corresponde con el tipo de la exuberante Anita Ekberg; para el que no posee la belleza masculina y refinada de Richard Gere, existe la fascinación delicada de Al Pacino y la simpatía proletaria de Robert De Niro”, anota el experto.

No se trata de presentar un ideal único de belleza: de la exuberante Mae West a la peligrosa anorexia de muchas modelos de pasarela, de la belleza de Naomi Campbell a la cara lavada al estilo de Julia Roberts; de un Rambo y un George Clooney, de un galán argentino como Joaquín Furriel a un emo adolescente, para Eco ya no es posible distinguir un ideal estético único, pues estamos ante un “sincretismo total, al absoluto e imparable politeísmo de la belleza”.

De ahí que cuando nos detenemos frente a una obra de arte, podamos disfrutarla o no porque la belleza no es inherente a la obra de arte sino que está en nuestra mente, en nuestros de ojos de espectador atiborrado de influencias, saberes y prejuicios.

De la misma manera, cuando nos miramos al espejo nos hallamos más o menos bellos o feos, atractivos o misteriosos, hermosos o pasables, “normales” o “de poster”,  divinos o gauchitos, encantadores o simpáticos, puesto que nuestra subjetividad está cargada de valoraciones que tienen que ver con el gusto propio, pero también con la autoaceptación asociada al humor, lejos ya de los mandatos tradicionales, de los modelos del arte y de los medios y más cerca del bienestar emocional.


Patricia Rodón

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