Los hombres, en general, no sospechan de su mujer.
Los piropos y hasta los lances hacia la mujer se consideran naturales y halagan el ego masculino al confirmar que su esposa es atractiva. (Foto vintage.fr.com)
Los primeros cornudos eran felices. En los países nórdicos durante la Baja Edad media los gobernadores de las comarcas podían seleccionar a las mujeres con las que deseaban intimar. Cuando esto se producía, la puerta de la casa donde se encontraba el gobernador con la mujer elegida era adornada con los cuernos de un alce en señal de su presencia. Si la mujer estaba casada, su marido mostraba felizmente a sus vecinos la cornamenta puesto que representaba un orgullo que el gobernador estuviese allí. El que estuviera intercambiando fluidos con su esposa era un detalle.
Con el paso de los siglos, los cambios de costumbres y los caprichos morales de aquel curioso origen del término “cornudo” entre los varones no quedó ni una pizca de orgullo pero sí un oscuro rencor, celos devoradores y un creciente y sostenido temor.
Los hombres argentinos no aceptan la palabra cornudo; la palabra les resulta tan intolerable que incluso, siendo ellos los infieles niegan que su mujer pueda ser cornuda.
Al sostener una relación extramatrimonial el argentino dice que tiene un fato, una mina, una amigota, una amigovia, una loca y sólo usa la palabra amante para la mujer con quien mantiene una relación estable, explica en su libro Infidelidad la psicóloga Janick de Oliveira Cézar.
Los hombres, en general, no sospechan de su mujer. No conciben la idea de infidelidad de su mujer; no se pueden pensar cornudos. Si su mujer recibe flores, cambia su ropa o su cabello, luce una nueva alhaja o tiene lencería provocativa, nunca duda de la respuesta que ella le da: “Lo conseguí baratísimo” o “me lo regaló mi hermana”. Si ella está radiante, ni se le ocurre asociar el cambio con un rival.
Por otra parte, los piropos y hasta los lances hacia la mujer se consideran naturales y halagan el ego masculino al confirmar que su esposa es atractiva; de ahí, que los hombres descartan que su mujer, en privado, pueda corresponder al deseo de otro.
En una reunión son muy pocos los hombres que pueden interceptar una mirada “intensa” entre su mujer con otro hombre ni entre otras personas presentes.
En cambio, las argentinas son mucho más sutiles y captan inmediatamente ese tipo de miradas; y mucho más si el emisor o el receptor de esa mirada es su pareja. Cuando las mujeres se encuentran con una amiga y la encuentran radiante rara vez atribuyen ese esplendor al marido: tienden a creer que hay otro hombre.
El varón argentino que engaña a su mujer se considera fiel. Sólo reconoce la infidelidad cuando se involucra sentimentalmente con otra mujer. Mucho más sinceras, las mujeres argentinas se reconocen como infieles, aún con un solo levante.
“Más allá de lo psicológico y social, la fidelidad es un valor moral y filosófico. `Te doy mi palabra´, `Te prometo´, `Me comprometo´ son palabras que implican la creencia en una ética personal y universal. Mantener vivo un valor requiere de un trabajo diario”, asegura la especialista De Oliveira Cézar.
De su experiencia clínica deduce que la calidad de vida de los matrimonios donde se instala o persiste la infidelidad es pésima.
Según una encuesta, el 84% de los argentinos reivindica la fidelidad como valor fundamental para el éxito de la pareja pero está claro que las personas dicen una cosa y hacen otra, bien en clave argentina: se promete y no se cumple. En público pregonan un valor que violan en privado y en una vuelta más de nuestra doble moral, aducen “creo en la fidelidad, pero para vos, no para mí”.
Patricia Rodón
Fuente: http://www.mdzol.com/opinion/484392-de-infieles-cornudos-y-lances/
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