Entre los gobernadores de nuestra provincia que murieron en el ejercicio del poder, figura Deoclecio García. Su muerte repentina, ocurrida en agosto de 1892, interrumpió la posibilidad de poner en marcha su progresista obra de gobierno. A pesar del poco tiempo que gobernó, gozó de la simpatía de los sectores más humildes del pueblo mendocino.
Poder efímero
Antes de que García asumiera como gobernador de la provincia, se produjo el 20 de enero de 1892 un enfrentamiento entre legisladores oficialistas y facciones del partido radical acaudilladas por José Néstor Lencinas, quienes atacaron a los primeros. Los agresores, armados con pistolas y fusiles, desencadenaron un intenso tiroteo que terminó con tres muertes. Esto causó repudio en la sociedad; se lo denominó el “Asalto del 92”.
Tras los disturbios ocupó transitoriamente la gobernación el Interventor Federal don Francisco Uriburu, quien llamó a elecciones. Durante los comicios, García fue electo gobernador.
Preludio de un adiós
A fines del mes de junio de 1892, el mandatario sufrió una gripe muy fuerte, pero se recuperó y volvió a sus tareas. Sin embargo, el estado febril retornó al mes siguiente. Se suponía que era solamente un resfrío pero el cuadro clínico se complicó. En poco tiempo, el médico manifestó un pronóstico oscuro. Ante esta situación, su mujer solicitó los auxilios de la religión por intermedio del fraile Pablo Salas.
Sumido en una agonía que duró varias horas, el domingo 6 de agosto a las 8 de la mañana, García expiró.
El llanto de un pueblo
La noticia de la muerte del gobernador corrió rápidamente por la ciudad. A las pocas horas, los miembros de la Legislatura mendocina se reunieron para conformar un gobierno provisorio que recayó en la figura del doctor Pedro I. Anzorena. También se organizó una comisión compuesta por destacados senadores y diputados con el objeto de ejecutar el magno funeral.
Mientras tanto, se formó una guardia de honor de policías para que custodiaran el cuerpo del malogrado gobernador. Al mediodía, partió el cortejo fúnebre con la escolta. Seguido por una gran cantidad de público, luego de cuatro horas de marcha, llegó a la Casa de Gobierno - calle Rivadavia entre Patricias y Mitre- donde se montó la capilla ardiente.
Allí, una multitud en la que se encontraban individuos en su mayoría de escasos recursos se dio cita para darle el último adiós al ex Jefe del Poder Ejecutivo.
En esta luctuosa ceremonia, tal como era costumbre en aquella época, el famoso fotógrafo Adolfo Streich retrató al difunto gobernador en su ataúd. En las puertas del Palacio de Gobierno, fueron colocadas varias grandes coronas de flores enviadas por importantes personajes de la alta sociedad. Una de ellas llamó especial atención, al no tener ningún nombre.
Decía: “Recuerdo póstumo a nuestro inolvidable amigo Deoclecio”. Se cree que fue enviada por una Sociedad Secreta a la que el mandatario pertenecía.
Al día siguiente, seguido por más de dos mil personas, sus restos partieron hacia el Cementerio de la Capital.
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