sábado, 26 de noviembre de 2016

En febrero de 1934, la construcción de la Presa Hoover estaba en una de sus etapas más impresionantes: las columnas de hormigón ya se alzaban desde el lecho del río Colorado, listas para ser rellenadas y consolidar la estructura que cambiaría el paisaje del suroeste de Estados Unidos para siempre


La presa no se vertió como un solo bloque de hormigón. En cambio, se construyó en bloques verticales o “columnas” de unos 1,5 metros de altura cada una. Estas columnas permitían controlar el calor de fraguado del hormigón, que si se vertía todo de una vez, habría tardado más de 100 años en enfriarse completamente, generando grietas internas. La vista desde el borde de Nevada mirando aguas arriba ofrecía una panorámica de las columnas alineadas en el fondo del cañón, con el río Colorado desviado por túneles laterales. En ese momento, los trabajadores ya habían completado las excavaciones y estaban en plena fase de relleno y compactación de los bloques. Más de 7.000 obreros trabajaban en turnos día y noche, en condiciones extremas de calor y altura. El hormigón se vertía mediante cubas suspendidas por cables desde grúas montadas sobre torres, que se desplazaban por el cañón. La obra se desarrollaba en plena Gran Depresión, y simbolizaba el poder del ingenio humano frente a la adversidad. El embalse que se formaría aguas arriba, el Lago Mead, aún no existía: el paisaje era un cañón seco, lleno de maquinaria, andamios y polvo.


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