martes, 13 de octubre de 2020

De las pulperías siempre se decía que eran un club de pobres, donde los desheredados podían alegrar sus horas, echando un trago, conversando con sus iguales, o jugando una partida de naipes o dados.

Como para abrir una pulpería solo se requería  contar con un barril de vino, algo de yerba, unos frascos de aguardiente y algunos paquetes de velas, eran muchos los que estaban en condiciones de emprender este negocio lucrativo y de baja inversión. Diego de Alvear aludía a las fondas y pulperías de que está llena toda la ciudad y los documentos de la época lo confirman. En 1799 el número de pulperías en Buenos Aires ascendía a 274, otras 121 estaban desparramadas por distintos lugares de la campaña y 47 se habían establecido en la parte de la Banda Oriental 



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