El concepto de habitación como dormitorio comienza a aparecer en los diccionarios a mediados del siglo XVIII. (Foto vintage.fr.com)
La habitación de las doncellas de los cuentos con camas con dosel, de las novicias en los conventos, de los hospitales y de los enfermos, de los hoteles y de las casas, de las escuelas y de las cárceles. El cuarto es el lugar del cuerpo sin máscaras, de la desnudez, de la emoción, del deseo, del insomnio, del llanto, de los sueños. Es el rincón propio, de lo exclusivamente privado, de nuestra ropa, nuestros objetos, nuestros secretos.
Aposento, cámara, alcoba, cuarto, guarida o refugio, el concepto de habitación tiene su origen en la kamara griega, que designaba un área reposo compartida con los “camaradas”, soldados y guerreros. Tenía otro sentido, proveniente de la arquitectura, para denominar a las construcciones de techo abovedado, que los griegos utilizaban en las tumbas. Se trataba de “cámaras funerarias alineadas, con camas de mármol en las que yacían los muertos abandonados a los efectos de la descomposición”.
Los romanos utilizaron las bóvedas para sus cameraria, una suerte de cenadores para comer y beber al aire libre en camaradería, que delimitaban con cañas y telas.
Aún sin desarrollar la idea de habitación, se sirvieron de un lugar al que llamaroncubiculum para el reposo, el retiro y el sexo donde había una cama; se trataba de un espacio pequeño, cuadrado y que se podía cerrar con llave, por pudor o por secreto.
En cambio, la camera latina era una habitación de piedra, cerrada, que tenía el antiguo uso funerario y que evolucionaría al panteón.
Según Herodoto, por extensión, también se llamaba camera a los carruajes cubiertos, que al llevar un bastidor recubierto de tela cerrado como una habitación, servían de discretos vehículos a los ricos, a las damas y a los jóvenes que deseaban resguardar su identidad. De este tipo de transporte derivarían cientos con marcadas semejanzas, entre ellas las carretas mediterráneas que llegarían a América Latina.
De manera análoga, la camera también designaba a las cabinas que se alzaban en la parte posterior de los barcos que transportaban personas distinguidas; el pequeño espacio de la cabina y del camarote se distinguían por representar un lujo y ofrecer protección a los viajeros.
En la Edad Media la palabra cámara tendrá decenas de acepciones de acuerdo a sus formas, usos revelados u ocultos, públicos y domésticos, y a la descripción de los variadísimos espacios materiales en sí mismos. De estas diversas acepciones surgirá el concepto de dormitorio.
“En general, la palabra habitación sirve para nombrar la pieza de la casa destinada al sueño, y después, se la denomina según la dignidad de las personas que la habitan y la decoración con la que se las haya dotado”, escribe Jean-François Blondel en la famosa Enciclopedia de Diderot y D´Alembert, y será él quien contribuya a dar forma a esta estancia como habitación, término que deriva delhabitare ("habitar") latino.
El concepto de habitación como dormitorio, aunque más antiguo, comienza a aparecer en los diccionarios a mediados del siglo XVIII, y lo habitual era que se tratara de dormitorios comunes que alojaban durante la noche a varios grupos de personas; la versión “moderna” de estos albergues serían los apartamentos o casas comunitarias y los conventillos. La idea de la habitación individual es relativamente nueva y sobre todo la del “cuarto propio” para la mujer deseado por Virginia Woolf, para liberarse de las vigilancias de la “conyugalidad” en la celebrada, santificada y padecida alcoba matrimonial.
Una habitación es el lugar donde nadie nos ve, el lugar del resguardo voluntario o del encierro como castigo, de protección de la intimidad del grupo, la pareja o el individuo. Sus cuatro paredes han tenido a lo largo de la historia social un alto valor simbólico, de ahí, la importancia de la puerta y su llave y de las cortinas como velos que la literatura ha traducido de mil formas distintas.
Patricia Rodón