Son las protagonistas de los mitos, la base de las leyendas más crueles, las reinas del placer, el dolor y la muerte. Siempre con los pies, las sandalias o los tacos sobre la tierra son expertas en zaherir, en exigir, en permanecer, en dominar.
Hombres y mujeres son crueles y perversos, pero a ellas se las demonizado y admirado, se las odiado y amado, temido y celebrado.
Mientras que el mundo masculino ha permanecido en la esfera de lo abstracto, en la búsqueda especulativa de difusas realizaciones, el imaginario femenino se ha relacionado siempre con lo real, lo evidente inmediato, lo concreto.
Astutas, pícaras, crueles, traicioneras, abusadoras, manipuladoras, mentirosas, caprichosas, altivas, ambiciosas, seductoras, sin corazón: ningún adjetivo escapa a su sino perverso.
La envidia, la ira y la venganza son elementos constitutivos de la perversión que, en el caso de las mujeres se tornan impúdicos, haciendo uso de métodos brillantes que no requieren de la violencia explícita, sino sólo de la moral o psíquica. Su perversión es delicada, misteriosa, solapada; tal vez, las fuerzas que las mueven sean inconscientes y ellas sólo se dejan llevar al advertir el poder que tienen.
Escena de la flagelación y baile de la bacante desnuda; se halla en la Villa de los Misterios, en Pompeya.
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Las más malas de las malas
Clitemnestra apuñaló a Agamenón mientras se bañaba; Herodías manipuló a Salomé para recibir la cabeza del Bautista en una bandeja; otro tanto hizo Agripina, la madre de Nerón, hasta terminar de desquiciar a su hijo; Mesalina, la emperatriz de la lujuria, terminó convirtiéndose en sinónimo de maldad femenina; la Condesa Sangrienta, que se bañaba en la sangre de las criadas a las que torturaba.
Todas ellas cuando llegaron al poder se sirvieron de “la manipulación de la maternidad, la sexualidad, los venenos mediante la comida, las intrigas y el desprestigio de la honra ajena”, apunta Susana Castellanos de Zubiría en su ensayo Mujeres perversas de la historia.
Aunque muchas veces se las ha considerado como liberadas sexuales, la mayoría de ellas ponía su deseo en el poder, en dominar a los hombres y humillar a las demás mujeres; en decidir sobre todo y para siempre, en causar daño intencionalmente y corromper las costumbres y el orden establecido.
Lo cierto es que el ancestral miedo del hombre hacia la mujer abrevó en la idea de tener un ser maligno cerca, ya sea bajo la forma de esposa o de amante, y se asoció a la mujer en general. Y el hecho de que ocuparan puestos públicos tradicionalmente masculinos, de dirección y gobierno, su independencia, su hermosura y su capacidad de decisión propias acrecentó tanto el miedo masculino como la idea de amenaza ya que esto atentaba contra la imagen maternal, virtuosa y abnegada de la mujer.
Estas figuras femeninas aparecen ya en los relatos bíblicos y en la literatura clásica. “Algunas de esas mujeres, como Lilith, Semíramis, Circe, Dalila y Cleopatra, delinearon la imagen de femme fatale que ha llegado a nuestros tiempos. Otras, como Medea y Clitemnestra, por el horror que suscitan sus venganzas despiadadas y el hacer justicia por su cuenta”, anota De Zubiría.
Antiguo relieve que representa a Lilith.
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Las “serpientes” de la Biblia
Eva, Jael, Dalila, Jezabel, Judit, Herodías y Salomé con algunas de las mujeres que aparecen en la Biblia como seres despiadados y manipuladores.
Pero Lilith es la mala que emerge desde la noche de los tiempos, una leyenda que pasó a la historia a través de la demonología hebrea. Su nombre significa, según diversos análisis y escuelas, “espíritu”, “noche”, “lamia”, “criatura nocturna”, “lechuza”.
Según algunos estudiosos, a partir de una interpretación del Génesis, fue la primera mujer de Adán, hecha como barro como él, es decir, con los mismos derechos. Era hermosa, de cabellos rojizos y ojos verdes.
Ella no sólo no obedecía a Adán sino que se negaba a tener sexo excepto que ella estuviera sobre él y no a la inversa. “¿Por qué he de acostarme debajo de ti? Yo también fui hecha con polvo y por lo tanto soy tu igual”, le decía a Adán. Como éste trató obligarla, Lilith abandonó a Adán y al Edén; en el Mar Rojo se reunió con Asmodeo que sería uno de sus amantes. Luego sería demonizada como bruja y como súcubo.
Jael utilizó la debilidad masculina para matar fríamente a Sísaro, un enemigo del pueblo de Israel. Ella lo invitó a su tienda, le sirvió leche en un tazón y cuando Sísaro se durmió le atravesó la cabeza con una estaca y un martillo y lo clavó al suelo. Carga con el estigma de ser una heroína asesina.
Según el relato bíblico de Jueces, el fuerte y maduro Sansón se enamoró de la joven Dalila. Ella aceptó una gran suma de dinero por averiguar el secreto de la fuerza del poderoso juez y haciendo uso de su poder de seducción y de sus locuaces palabras logró que el gigante se lo revelara: su poder residía en su cabellera. La traicionera Dalila se aseguró de cobrar el dinero, durmió a Sansón e hizo que un sirviente cortara las siete trenzas del incauto enamorado. Él fue capturado, cegado y luego asesinado.
La princesa fenicia Jezabel, la “no exaltada”, fue la esposa del rey Acad a quien a controlaba merced a sus encantos y astucia. Al mejor estilo de una tiranía, importó el culto a Baal desplazando el de Yahvé por lo que hizo pecar al pueblo de Israel de idolatría. Jezabel mató a todos los profetas que Dios envió a Acad y cuando éste murió, ella gobernó a través de sus hijos. Pero Jehú no sucumbió a sus encantos y ordenó asesinarla tirándola por una ventana y fue comida por los perros. “No hallaron nada de ella, sino el cráneo y los pies y las palmas de las manos”, relata elLibro de los Reyes.
"Judith avec la tête d'Holopherne", óleo de Rubens (1620-1622).
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El general Holofernes sitió durante más de 33 día la ciudad judía de Betulia: cuando la ciudad estaba a punto de caer, la hermosa viuda Judith se atavió con sus mejores vestidos y fue al campamento del invasor. Una vez frente a Holofernes, lo enamoró tanto que éste ofreció una fiesta para ella en la que bebió de más; mientras el militar dormía Judith lo decapitó con su espada y salió del campamento con la cabeza de Holofernes en una bolsa. Al día siguiente, los invasores fueron derrotados.
Herodías se casó con su tío, Herodes Filipo, con quien tuvo a Salomé; pronto lo abandonó para “casarse” con Herodes Antipas, hermanastro de su primer esposo, porque tenía un mejor futuro. Juan el Bautista denunció públicamente a Herodías de adúltera provocando un odio letal en la ambiciosa mujer y un temor profundo en su marido quien no se atrevía a matarlo como ella quería después de haber ordenado su prisión. Esperó dos años y en el cumpleaños de Herodes, hizo que su hija Salomé provocara a su ebrio padrastro y tío con una sensual danza. Rendido por la excitación, Herodes le ofreció cualquier cosa que ella pidiera y ella, a instancias de su madre, pidió la cabeza de Juan el Bautista. Y la tuvo.
"Medea", en una obra de Frederick
Sandys (1868).
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Hechiceras divinas
Las hechiceras del mundo antiguo son tan numerosas como eficaces. Pandora, Circe, Medea, Semíramis Olimpia de Epiro y Cleopatra VII se convirtieron en los modelos clásicos para ilustrar cómo los dioses podían manipular sutilmente a los hombres a través de la belleza arrolladora y de los actos tramposos de las mujeres.
Pandora, cuyo nombre significa “toda dones”, abrió la caja en la que Zeus había encerrado todos los males y miserias del mundo para vengarse de los hombres que le habían robado el fuego y se convirtió en el origen del mal de la humanidad; como en la tradición bíblica, en la griega, el origen del mal proviene de una mujer.
Circe es la gran hechicera de Homero, capaz de metamorfosear a hombres en animales, retuvo a Odiseo junto a ella durante un año seduciéndolo y colmándolo de placeres.
Entre estas hechiceras destaca Medea, quien tenía el poder de hacer invulnerables a los jóvenes, devolver la juventud a los ancianos y de transformar los materiales. Ella custodiaba el Vellocino de oro y se enamoró perdidamente de Jasón cuando éste llegó a la Cólquide para llevárselo. Lo amó tanto que Medea lo ayudó a domar dos toros de bronce, a dormir a un dragón y a robar el vellocino; huyó con él, degolló y cortó en pedazos a su hermano para que su padre no pudiera perseguirlos; convenció a las hijas del rey Pelias de Yolco para que mataran y cocinaran a su padre asegurándoles que luego lo reviviría pero cuando llegó el momento de hacerlo dijo que había olvidado el conjuro.
La pareja tuvo varios hijos pero al cabo a de diez años Medea, que siempre había ayudado a Jasón, descubrió que él cortejaba a otra mujer. Fingió que lo entendía y como regalo de bodas envió un bello traje que se incendió en cuanto la novia se lo puso: ella, su familia y su palacio, todo quedó reducido a cenizas. Pero Medea fue más allá: incendió su propia casa con sus hijos adentro. Le dijo a Jasón que lo había hecho para que él sintiera un dolor semejante al que ella había sentido cuando estaba con la otra mujer. Jasón se suicidó.
Estatua del siglo I d.C. de Livia Drusila.
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Cien por ciento perversas
Livia, Mesalina, Agripina y Locusta constituyen un grupo de verdaderas creadoras de pesadillas y expertas en venenos.
La bella Livia Drusila, emperatriz de Roma, fue esposa y mano derecha de Augusto, madre de Tiberio y Druso, abuela de Germánico y Claudio, bisabuela de Calígula y tatarabuela de Nerón. De ella su descendencia aprendería que los asesinatos dentro de la misma familia son extremadamente útiles para llegar y mantener el poder. Livia habría envenenado a más de una veintena de parientes.
Agripina, hermana de Calígula y madre de Nerón, amaba el poder e hizo todo lo que estuvo en su mano, y en su cuerpo, para lograrlo. Tuvo sexo con su hermano, se prostituyó en la corte, mató a su primer marido, conspiró para asesinar a su hermano y luego se deshizo de su segundo marido, su tío Claudio. El veneno fue su arma más eficaz y la hechicera Locusta su mejor aliada.
Su hijo Nerón subió al trono y ella gobernó a través de él. Hasta que Nerón comenzó a rebelarse frente a los desplantes de su madre a pesar de que ella lo había iniciado sexualmente y era una de sus amantes. Cansado de la permanente crítica y del acecho de su madre, la envió a vivir a otra casa y se consiguió una amante parecida a ella. Pero Agripina era asfixiante: Nerón intentó envenenarla tres veces pero ella tomaba antídotos; trató de ahogarla en un barco arreglado para naufragar pero ella se salvó nadando. Finalmente, la acusó de intentar asesinarlo y le envió un grupo de verdugos a los que Agripina les ofreció el vientre. Cuando Nerón vio el cadáver de su madre, se alegró.
"Locusta y Nerón prueban el veneno",
obra de Sylvestre (1870).
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Si Agripina estaba loca por el poder, Locusta (en latín, insecto) fue un instrumento del poder. Se dice que conocía los secretos de las plantas y que era inmune a todos los venenos. Su primera víctima fue su marido, a quien mató porque la maltrataba. Su especialidad eran los llamados “polvos de sucesión” cuyo ingrediente principal era el arsénico. Sus clientes eran ricos y codiciosos romanos que ansiaban el deceso de rivales, parientes ancianos o cónyugues.
Mesalina, Agripina y Nerón también se sirvieron de su lóbrega ciencia. Tras la caída del emperador, para quien había envenenado a su hermano Británico, Locusta fue condenada a morir como responsable de 400 muertes. Según Apuleyo su castigo fue atroz, nacido de otra mente perversa: Galba, el nuevo emperador, ordenó que Locusta fuera amarrada y públicamente violada por una jirafa y luego descuartizada por leones.
Manipularon la maternidad, la sexualidad, los venenos, las intrigas y el desprestigio de la honra ajena. Buscaron el poder y lo consiguieron. Y muchas de ellas tuvieron finales tan terribles como los que infringieron a sus víctimas.
Fuentes: Las mujeres de la Biblia, de Frances Vander Velde; Después de la manzana. Mujeres en la Biblia, de Naomi Harris Rosenblatt; El sexo en la Biblia, de Marco Schwartz; Mujeres perversas de la historia, de Susana Castellanos de Zubiría; Diosas, brujas y vampiresas, de Susana Castellanos de Zubiría; Las escandalosas. Veinte mujeres que han hecho historia, de Patrizia Carrano.
Patricia Rodón