Un gran cambio vivió Buenos Aires a partir de 1856 cuando se incorporó la novedad de la iluminación a gas. Entre los que aprovecharon la ventaja figuró Francisco Roverano. Era el dueño de la Confitería del León, ubicada en la actual Bartolomé Mitre, entre Esmeralda y Suipacha, que atendía junto a sus cuatro jóvenes hijos. Luego se mudaron a la esquina de Suipacha y Rivadavia, enfrente de la recientemente creada Compañia del Gas (la que se ocuparía de la iluminación de Buenos Aires). Don Francisco y sus hijos innovaron con la idea de colocar dos grandes faroles a gas en la puerta. De inmediato se convirtió en la atracción de la zona y se popularizó el nombre Confitería del Gas, que los Roverano adoptaron con claro criterio comercial.
El tipo de iluminación hizo que captaran la mejor clientela de la noche; incluso, han tenido cierto protagonismo en un sonado caso policial: Enrique Ocampo tomó unas copas de más en la Confitería del Gas antes de partir rumbo al fatal destino que le impuso a Felicitas Guerrero.
Los Roverano mantenían una muy cordial competencia con un café situado a una cuadra de distancia, en la misma manzana: el Tortoni, ubicado desde 1858 en la esquina de Rivadavia 801 y Esmeralda, donde ahora se encuentra la plaza Roberto Arlt. En 1880, cuando el Tortoni se instaló enfrente, en Rivadavia 826, los Roverano se mudaron a la esquina que dejaron sus colegas. Volvieron a ser pioneros cuando en 1882 una empresa de electricidad que repesentaba los intereses de Tomás Alva Edison y debía demostrar a las autoridades sus capacidades, colocó lamparitas en la siempre moderna Confitería del Gas.
Célebre por sus masas, que convocaban a las señoras a la hora del té, la confitería de los Roverano (grandes benefactores) mantuvo un lugar de privilegio en las preferencias de los porteños durante décadas. La imagen que vemos (Rivadavia y Esmeralda) es de mayo de 1961, cuando cerró sus cortinas por última vez la Confitería del Gas. En abril de 1964 se demolió el histórico edificio.
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