Mendoza, la de dos caras
En Mendoza las noticias sobre los festejos de carnaval son casi nulas hasta 1870, aunque se sabe que se festejaba con mucho jolgorio y chayas. El pueblo daba rienda suelta a su alegría durante varios días seguidos arrojándose agua o harina, asistiendo a bodegones y ramadas improvisadas en las plazas, en las que no faltaban la música, el baile, los juegos ni el alcohol.
Todo ello, sumado a la excitación de la fiesta promovía el desenfreno de los asistentes que llegaban en su algarabía a alterar el orden público de una sociedad conservadora como la mendocina, donde las festividades religiosas católicas eran las actividades sociales más congregantes.
De ahí que desde las páginas de El Constitucional, uno de los diarios más antiguos de Mendoza, se promoviera la organización de bailes de máscaras y corsos por considerarlos más civilizados que las carnavalescas y desafiantes manifestaciones del pueblo.
Los mendocinos adinerados de finales del siglo XIX se mostraban reacios a organizar y asistir durante los días de carnaval al baile de enmascarados, aunque se realizara en el teatro San Martín. Pero lentamente esta tradición, adoptada por la influencia de otras ciudades más ilustradas, se fue difundiendo en la sociedad mendocina, en especial la costumbre de disfrazarse.
Hemos sido agradablemente sorprendidos en las noches del carnaval por un grupo de mascaritas que a uso de nuestra capital, Buenos Aires, visitaban a sus amigos y amigas, escribe en El Constitucional un periodista en febrero de 1873.
Generalmente eran los elegantes jóvenes de sociedad quienes protagonizaban estas diversiones a través de la organización de bailes y paseos de carrozas.
Ideas de elaborados disfraces de carnaval en el diario El Comercio.
Serpentina, pomos y papel picado
Hacia las primeras décadas del siglo XX, el carnaval y sus rituales estaban completamente instalados en el calendario anual de las modestas ciudades mendocinas. La serpentina, el papel picado, los pomos, los globitos para agua, las máscaras y los disfraces eran las armas con que los vecinos salían a las calles todavía de tierra a pasearse, a coquetear, a jugar a ser otro.
Bajo la apariencia de un borracho o de un torero, de una gitana o de una princesa, los mendocinos se permitían durante esos días desafiar el orden conservador a través de la risa, de lo grotesco, lo ridículo o lo bello. Como en muchas ciudades argentinas no había diferencias sociales y si las había durante estos días y en estas fiestas no existían a simple vista pues el carnaval era una fiesta comunitaria que no creaba lazos especiales entre los miembros y los participantes.
Jóvenes señoritas vestidas con sus mejores galas desde sus balcones o carruajes arrojaban serpentinas a los transeúntes, galanes que usaban gomina lanzaban respetuosas pero atrevidas palabras a las damas y provocadores piropos burlescos, se organizaban asaltos a una casa de familia y proliferaban los bailes improvisados, la fiesta anual en el club o en el teatro era muy concurrida donde antifaces de raso apenas escondían los rostros conocidos de chicos y chicas casaderas bajo la atenta mirada de las madres.
Una crónica del diario El Comercio de febrero de 1903 da cuenta de los avatares del baile de disfraces de ese año, repasa la ambientación, la música que interpretó la orquesta, destaca las rápidas notas de las polcas y mazurcas, los acordes de un voluptuoso vals, distingue entre torbellino de la danza, con nombre y apellido, a las señoritas con los mejores disfraces y enumera, una por una, a todas las jóvenes que concurrieron al baile de carnaval.
Las comparsas y los desfiles se hicieron habituales en las calles mendocinas durante las décadas del ´30 y ´40 y la nueva inmigración europea aportó nuevos instrumentos musicales, carros fileteados y la elección de una Reina del Carnaval.
Te conozco, mascarita
La costumbre de disfrazarse enraizó en los hábitos mendocinos en ocasión de esta fiesta y grandes y niños se vestían con las más inesperadas ropas para encarnar durante unos días a personajes insólitos o simplemente, distintos de ellos mismos.
El disfraz de carnaval se elegía y pensaba con tanta anterioridad como para encargar trajes especiales a las modistas del barrio, que a toda velocidad confeccionaban arlequines, pierrots, bailarinas, odaliscas, reyes, reinas, indios, cazadores, cosacos, payasos, faraones, brujas, piratas, marineros, rumberas, tirolesas, japonesas y hadas, entre muchos otros.
Las familias que no podían pagar los servicios de las siempre hábiles y cómplices modistas, recurrían al ingenio y a los viejos trapos y prendas domésticas. Con imaginación y pedaleando una máquina de coser, las señoras fabricaban singulares disfraces de borrachos, canillitas, lecheros, muertos vivientes, curas, presos o maquinistas, y quemaban muchos corchos para pintar bigotes y barbas en las caras de sus maridos e hijos.
En el caso de las hijas, achicaban, adaptaban y remozaban cuanta ropa de mujer encontraban en sus cajones con brillitos, encajes y tules para confeccionar disfraces de gitanas, mazamorreras, damas antiguas, princesas, floristas, turistas o enfermeras.
Luego, todos disfrazados, salían a la calle y concurrían a un estudio fotográfico para que la fantasía se perpetuara en una imagen que los haría sonreír durante años. Luego llegó la fatídica dictadura de 1976 que directamente abolió los feriados de los carnavales con la ley 21.329 produciendo un quiebre en la práctica popular de esta tradición y haciendo que esta fiesta, eminentemente callejera, enmudeciera. Hasta hoy. Las guerras de agua y de las otras
En los años ´60 y ´70 las batallas de agua entre vecinos dominaban todos los barrios de Mendoza en los días de carnaval. Sin disfraces, con ropa para ensuciarse y bien pertrechados, sin distinción de edades ni de sexos, los mendocinos se mataban a baldazos.
Munidos de baldes, mangueras o fuentones, chicos y grandes armaban estrategias para esconderse y atacar a los desprevenidos que pasaban por la vereda; las bombitas (a las que se le agregaba pimienta para que doloriera más o témpera de colores para manchar la ropa) eran lanzadas como granadas contra el inocente objetivo y entre corridas y resbalones, gritos y risas, lágrimas de indignación y carcajadas triunfales, el jolgorio general contagiaba hasta al vecino o vecina más hostil.
Una de las variantes es que la traición entre los integrantes de un mismo bando era válida, por lo que generalmente en estas guerras de agua no había ni vencedores ni vencidos porque todos los vecinos, todas las familias terminaban empapadas.
Luego llegó la fatídica dictadura de 1976 que directamente abolió los feriados de los carnavales con la ley 21.329 produciendo un quiebre en la práctica popular de esta tradición y haciendo que esta fiesta, eminentemente callejera, enmudeciera. Hasta hoy.
Fuente:
http://www.mdzol.com/nota/274443-mendoza-y-las-fiestas-de-antano/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario