Desde que existe, discutir sobre el peronismo despierta pasiones encontradas entre los argentinos. Ya sea postulándolo como el motor de todas nuestras tragedias culturales, políticas, sociales y económicas o considerándolo, por el contrario, el único camino viable para dirigir al Estado desde una perspectiva ligada con la justicia social y en favor de las clases populares. No obstante, hay modos de analizar lo que en el pasado se fue construyendo en nuestro país sin caer en la discusión maniquea de “unos u otros”. Detrás de décadas de observarnos desde la vereda de enfrente, reconocer algo positivo en el otro parece costarnos demasiado. Tras la derrota sufrida por el kirchnerismo, los retazos del Partido Justicialista buscan hallar un rumbo. Perplejos aún por lo que un escenario mediático distinto ha generado en los ciudadanos: la arenga de la plaza ha pasado a instalarse, para muchos, en ese “no lugar” que son las redes sociales. Del otro lado, quienes temen que el país vuelva a quedar en manos de alguna de las formas que adopte el justicialismo arremeten esgrimiendo un discurso irreal, que niega cualquier virtud al gobierno de Juan Domingo Perón. Estos parecen ser los primeros pasos de un “nuevo relato”. Así, en muchas oportunidades escuchamos culpar al peronismo de la incapacidad argentina para respetar las reglas democráticas y permitir violaciones institucionales de todo tipo. Que muchos personajes kirchneristas se encuentren tras las rejas parece ser la prueba principal. Sin embargo, en su análisis sobre el carácter de nuestro pensamiento y comportamiento político, José Luis Romero demostró -entre otras cosas- que los argentinos no cumplimos con la ley, independientemente de quien nos lidere o lo haya hecho en el pasado. Fundamentalmente porque durante la Colonia no se respetaban las normas que llegaban desde España, volviéndose un hábito social, casi una tradición. La negación del primer peronismo como agente real de cambio social constituye otro de los mitos de este “nuevo relato”. Se esgrime, por ejemplo, que la preexistencia de leyes a favor de los trabajadores implica que estas se cumplieran. La realidad es otra. El especialista en esta temática Santiago Regolo especifica que “... la mayoría de las leyes sancionadas hasta ese momento eran de aplicación parcial. Las vacaciones, jornadas de trabajo de 8 horas, sábado inglés, indemnización por despido injustificado, licencias por accidente, maternidad, etc., dependían mucho del poder de presión de cada uno de los sindicatos”. Por eso, agregamos, en algunos casos se cumplían y en otros no. La presidencia de Yrigoyen es un claro ejemplo: el primer mandatario se preocupaba por garantizar los derechos de aquellos trabajadores cuyos representantes le caían en gracia, eran potentes aliados o tenían fuerza suficiente para parar el país. Así, los trabajadores que obtenían la aplicación real de las leyes laborales eran aquellos con mayor poder de presión, como los ferroviarios. De todos modos, con frecuencia no conseguían mucho.
La situación cambió gracias a Perón. Entre junio de 1943 y junio de 1946 se sancionaron 123 decretos y una serie de disposiciones que reglamentaron muchas de las leyes que ya existían, también se especificaron sanciones para quienes las violaban y se crearon organismos en todo el país para ocuparse de la masa trabajadora. Es decir que el Estado comenzó a garantizar el cumplimiento de una legislación preexistente y obsoleta. Señala Regolo que durante este período “es notorio el crecimiento de la posibilidad real de los trabajadores y sus familias de gozar del derecho a las vacaciones pagas. En este aspecto fue fundamental el decreto 1.740 que extendía el derecho a las vacaciones remuneradas obligatorias al conjunto de trabajadores y empleados en relación de dependencia. A su vez, el Estado fijaba un descuento obligatorio del 5% del SAC (2% aporte obrero y 3% patronal), destinado al fomento del turismo social y a la creación de colonias de vacaciones. De esta manera, por primera vez se asignaron fondos específicamente dirigidos al fomento de vacaciones populares. Tan sólo para graficar el impacto de estas políticas, en la temporada de 1940 arribaron 380.000 turistas a Mar del Plata mientras que en 1955 este número se incrementó a 1.400.000. Asimismo, el número de bares y confiterías se triplica entre 1953 y 1956”. Con respecto a este punto, la Ley 11.729, sancionada el 21 de setiembre de 1934, establecía las vacaciones pagas -entre otros derechos-; sin embargo sólo los trabajadores comerciales, a fuerza de mucha lucha, consiguieron que se cumpliera. La presión que hizo el Estado peronista a los industriales y patrones cambió esta realidad para todos, acabando con una situación de verdadera injusticia. Entre los organismos para favorecer a los trabajadores se creó el Fondo Nacional de la Vivienda (Decreto 11.157/45), apuntando a reducir el costo de la construcción de inmuebles, facilitar la adquisición, etc. Muchos hogares de clase media nacieron de este modo. Otro instrumento para el cumplimiento real de la legislación laboral fue la creación del Instituto Nacional de Previsión Social (Decreto 29.176) en 1944. El mismo surgió con la finalidad de organizar la prevención de los riesgos a los que el trabajador se encontraba expuesto, así como velar por el bienestar de sus familias. Además, el 22 de noviembre de aquel año se llenó otro vacío al sancionarse el Decreto Ley 31.665, que creaba la Caja de Jubilaciones y Pensiones de Empleados de Comercio en todo el país. La noticia generó gran revuelo a nivel nacional. El diario “El Orden” de Santa Fe de ese 6 de diciembre de 1944 publicó sobre dicho decreto: “ha sido recibido con exteriorización de júbilo por millares de hombres y de mujeres. Los empleados de comercio, gremio de los más numerosos de la República, desde hace años, con tenacidad y energía, han bregado por una conquista que, ateniéndonos a las disposiciones gubernativas, se vuelve realidad”.
Estos son algunos ejemplos de los cambios que en Argentina comenzaron con Perón al frente del Departamento Nacional de Trabajo, para profundizarse durante su primera y segunda presidencia. Reconocerlo es ser fiel a la verdad histórica y entender por qué los argentinos se volcaron masivamente hacia el justicialismo durante décadas. Sí existió un peronismo virtuoso y simultáneamente complejo en contradicciones, abusos y excesos. Buena parte de la clase media de estos años, instruida, informada y profesional, es hija de una clase media beneficiada durante los años en que gobernó Juan Domingo. ¿Hubiese pasado de todos modos, como señalan tantos? Puede que sí. Pero negarlo es una falacia, es retomar el camino de los “relatos”.
Por Luciana Sabina
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