Bienvenidos al sitio con mayor cantidad de Fotos antiguas de la provincia de Mendoza, Argentina. (mendozantigua@gmail.com) Para las nuevas generaciones, no se olviden que para que Uds. vivan como viven y tengan lo que tienen, primero fue necesario que pase y exista lo que existió... que importante sería que lo comprendan
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martes, 7 de enero de 2020
lunes, 6 de enero de 2020
Efemérides. El 6 de Enero de 1993, en París, moría el mejor bailarín de ballet de todos los tiempos, ese día se apagaba la vida de Rudolf Nuréyev
El 6 de Enero de 1993, en País, moría el mejor bailarín de ballet de todos los tiempos, ese día se apagaba la vida de Rudolf Nuréyev. Nació el 17 de Marzo de 1938 a bordo de un tren que se dirigía de Siberia a Vladivostok cuando su madre iba a encontrarse con su esposo. Rudolf Jamétovich Nuréyev fue criado en la ciudad de Ufá, en la República de Bashkortostán, donde era costumbre que los niños estudiaran danzas folklóricas. Rudolf mostró ser un superdotado para el baile, pero la guerra atrasó su ingreso a una academia formal. En 1955 fue enviado a la Academia Vagánova de Ballet, dependiente del Ballet Kírov en Leningrado. A pesar de su comienzo tardío se convirtió en el mas talentoso bailarín del centro de la Unión Soviética, aunque los ballets mas importantes dudaban de contratarlo debido a sus problemas de conducta y sobre todo a su sexualidad. La homosexualidad no era precisamente un valor en la URSS, a pesar de ello era un héroe nacional y empezó a gozar de viajes esporádicos al extranjero. En un viaje París en 1961 su comportamiento descontrolado provocó que se pidiera su regreso inmediato. Estando en el aeropuerto, Nureyev pidió asilo político a Francia que se lo concedió. Como ya se lo consideraba el mejor bailarín del siglo XX, en solo una semana fue contratado por el “Grand Ballet du Marquis de Cuevas” hasta que la Inglesa Margot Fonteyn lo llevó al Royal Ballet de Londres donde desarrolló el resto de su carrera. Al librarse de la vigilia del estado Soviético su vida se descontroló, a pesar de formar pareja estable con Erik Bruhn, su promiscuidad lo llevó a contraer Sida en 1980. Se negaba a reconocerlo y a ser tratado, incluso se especula que fue él quien le contagió la enfermedad a Freddie Mercury. El deterioro de su salud lo obligó a abandonar el Ballet y se dedicó sin éxito al cine. En 1992 fue su última aparición pública donde recibió en París el máximo galardón cultural de Europa, fue nombrado “Caballero de la Orden de las Artes y Letras”. El 6 de Enero de 1993 falleció en París a los 54 años.
Efemérides. El 6 de Enero de 1852, en parís, moría el pedagogo francés Louis Braille
Creador del sistema de escritura en relieve para ciegos. Louis nació en Coupvray, Francia, el 4 de Enero de 1809, era el menor de 4 hermanos dentro de una familia de talabarteros que lo criaron con un cariño poco frecuente en la campiña francesa. A los 3 años sufrió un accidente jugando en el taller de su padre que le hizo perder el ojo derecho, poco a poco una oftalmía simpática afectó el otro ojo quedando ciego a los 5 años de edad. El perder la vista a tan temprana edad, hizo que a los 6 años la "Amnesia infantil" borrara de su mente toda imagen residual de su primera infancia incluso los rostros de sus familiares, además el no verse a un espejo o ver otro rostro moverse, perdió toda su expresión facial. Su familia lo envió al Instituto para ciegos de París, allí se les enseñaban oficios, a valerse solos en la calle y a leer, esto se hacía con un sistema muy precario de letras en relieve ideado por Valentin Haüy, el fundador del instituto. Mientras Louis se desarrollaba intelectualmente leyendo dificultosamente los escasos libros disponibles y se convertía en pianista, intentaba encontrar un sistema de escritura para comunicarse con los videntes. Mientras lo intentaba con un sistema de moldes de letras reales para memorizar motrizmente los movimientos de escritura convencional le llega un texto escrito en relieve pero solo con puntos, se trataba de un sistema cifrado de mensajes militares. Ideado por el militar Charles Barbier para escribir mensajes en la oscuridad y ser enviados a un destinatario con un diccionario para traducir los conjuntos de puntos, si bien la cantidad de puntos por letra eran demasiadas, podía llegar a 12, Louis vio la posibilidad de mejorarlo. En 1821 se puso a trabajar en la creación del alfabeto para ciegos, luego de 4 años de trabajo y con pruebas constantes con internos del instituto llegó a una síntesis absoluta de 64 caracteres que se lograban con solo 6 puntos en una estructura de 3 de altura y 2 de ancho, esto le permitía incluir las letras del alfabeto, números, signos de puntuación y símbolos de cálculo matemático. Su aporte no fue aceptado de inmediato retrasando la traducción de libros de texto a este sistema, sin embargo Louis no se rindió y lo enseñó de manera clandestina a todos los alumnos del instituto. Como sucede habitualmente fue adoptado de manera oficial por el estado francés en 1853, un año después de su muerte por tuberculosis.
domingo, 5 de enero de 2020
Provincia de Salta, c.1910.
DuBois, Pennsylvania, 1960.
sábado, 4 de enero de 2020
Efemérides. A 50 AÑOS DEL ALUVIÓN DEL 4 de Enero de 1970 (Historia Verídica) Por Jorge Ricardo Ponte
Ese caluroso y pesado domingo 4 de enero de 1970 se prestaba para ir a dar una vuelta a la montaña después de almuerzo. La excusa en mi caso era que había venido, de San Rafael, un amigo a visitarme y quería llevarlo a pasear por los alrededores. Yo tenía 18 años y esa tarde, lo que nunca, había sacado el auto de mi padre sin siquiera avisarle. Después de dar varias vueltas por Cacheuta y Potrerillos decidimos volver. Fue en el retorno cuando se largó una tormenta de verano de aquellas que caracterizan a Mendoza, que parece caerse el cielo. Como la radio del auto hacía mucha descarga la apagamos, así fue como no tuvimos oportunidad de escuchar ninguna noticia ni advertencia sobre lo que estaba pasando en la ciudad.
La entrada a la ciudad fue feroz, las calles estaban peor que siempre, más que anegadas eran verdaderos ríos de agua. Como, por entonces, vivía en la zona de Pedro Molina debía atravesar toda la ciudad –Canal Zanjón Cacique Guaymallén mediante- para llegar de vuelta a mi casa. Estaba intranquilo porque había sacado el auto sin permiso y sin decirle a nadie, lo cual no era habitual en mí.
Entramos a la ciudad por el sur, por la actual ruta panamericana y desde allí fui procurando ir por el sector más alto, para evitar los anegamientos, y así enfilamos por el oeste, por calle Paso de los Andes. Fuimos de manera zigzagueante bajando hacia el centro. Bajábamos por Barcala cuando, al llegar a San Martín no me animé a cruzar ese río de agua que era la avenida principal de la ciudad. Delante nuestro iba un colectivo de larga distancia de la empresa Chevalier y en mi inconciencia aproveché que él se largó para cruzar a su costado, ya que el colectivo con su envergadura frenaba el avance del agua. Al entrar en calle Corrientes me dije que había sido una locura haber entrado en la Ciudad Vieja en un día así. El agua iba de borde a borde las casas, cubriendo lo que había sido la vereda y en altura alcanzaba hasta la mitad de las puertas del auto y más que andar, sentía que el auto flotaba.
Yo me dije _si se llega a parar el motor no lo podremos volver a encender_. A diestra y siniestra en las bocacalles se encontraban autos dados vueltas por la fuerza del agua, autos superpuestos unos sobre otros…en fin… Como nunca había visto yo en Mendoza. Cuando llegué a la calle Montecaseros me dije: _ ¡es una locura seguir!_ Y frené el auto. En ese preciso instante el auto se paró y ya no hubo manera de hacerlo arrancar nuevamente. Le dije a mi amigo: _ ¡no te movás de aquí!_yo me voy caminando a mi casa de manera de tranquilizar a mi viejo que no tiene idea de por dónde ando y si me ha pasado algo a mí o al auto_
Caminaba a tientas en este río de agua sucia sin saber cuando cruzaba o no una acequia. Ya que, aunque la profundidad no era mucha, unos 50 cm. cuando metía mi pierna en una acequia la profundidad llegada a un metro más y era seguro que allí me caía. Así, tanteando como un ciego, llegué a la calle Ituzaingó, la antigua Cañada, famosa por sus torrentes en días de lluvia intensa como había sido esta calurosa tarde de enero. A todo esto ya había parado la lluvia en la ciudad lo cual no significaba que hubieran terminado sus consecuencias.
En esta época acababan de levantar las vías de los tranvías que circulaban por calle Ituzaingó, dejando en su lugar un cauce de unos 70 cm. de profundidad por 1,50 m de ancho. Las vías habían sido dejadas, ínter tanto, en los bordes de esta zanja. Aunque crucé con precaución la calle Ituzaingó, en ésta no se distinguían las veredas sino que era un mar de agua de acera a acera. Nada me hizo advertir la zanja de las antiguas vías del tranvía. La corriente no era excesiva, a punto tal de no poderse cruzar la calzada pero, al pisar ese hueco imprevisto para mí, me caí en la zanja del tranvía y la corriente comenzó a llevarme.
En esos momentos vertiginosos pensé que lo peligroso no era ahogarme por la profundidad del agua sino que la corriente, con su fuerza, me arrastrara y me golpeara la cabeza con alguna columna de alumbrado público o un tronco de árbol. Todo esto lo pensaba mientras iba siendo arrastrado por las aguas sin saber que estaba pasando realmente en Mendoza, del por qué de esta catástrofe…
Que las calles de Mendoza se transformen en canales en días de tormenta no es algo que sorprenda a los mendocinos y a sus gobernantes menos. Les parece algo absolutamente natural, tanto como el hecho que siempre que llovió…paró. No sabíamos ni yo, ni mi amigo, que estábamos viviendo “un aluvión” como aquellos que sufría Mendoza antes de tener las defensas aluvionales en el piedemonte. Había colapsado, precisamente, el dique aluvional del Frías, el más importante en el piedemonte.
En el camino hacia el norte, hacia donde baja la pendiente de la ciudad, dando tumbos por la fuerza de la corriente se me ocurrió que si no podía pararme, al menos, me convendría ir braceando para esquivar los obstáculos que se me iban presentando. Ya para esta altura de mi razonamiento llevaba 70 metros arrastrándome por calle Ituzaingó. Cuando… en una de mis torpes brazadas encontré algo metálico y me agarré fuertemente a ello. Era una pila de rieles amontonados de los tranvías que estaban escondidos debajo del agua. Cuando me agarré a los rieles, la corriente me hizo dar un brusco giro de 180 grados y quedé con sólo mi cabeza hacia fuera, como el periscopio de un submarino, mirando a favor de la corriente y con mi cuerpo colgando con las piernas hacia el norte. _No sé en que momento, desde ahí, escuché decir a un vecino: _ ¡Dicen que viene otra oleada a la altura del zanjón Frías y San Martín y que estiman tardará unos 20 minutos para llegar a la Ciudad Antigua_ La advertencia no era para nada tranquilizadora ya que yo pensaba que, sin la nueva oleada solo podía sacar la cabeza, el nuevo alud me taparía y ahí sí que me ahogaría de verdad…
Fue entonces que pude parar la aceleración con que venía funcionando mi cabeza y poder pensar que sería lo mejor hacer. Un vecino me sugirió largarme una manguera de plástico, a lo que yo respondí que: si me soltaba de los rieles para agarrar la manguera me iba a volver a ir con la manguera puesta encima_ _¡Busque algo más firme!_ le dije. En ese instante, otro vecino salió con una soga que largaron, a la manera del far-west de un lado hacia el otro de la calle. Quien la recibió, desde el Parque O’Higgins la ató fuertemente a una columna de alumbrado y cuando quedó tensa, frente a mí, solté los rieles y me fui agarrando de la cuerda hasta poder llegar a la vereda opuesta. Una vez allí pude pararme y vi que había perdido los zapatos y la camisa en el trayecto y que estaba lleno de rasguños, pero que no me dolían. Es el lado bueno del stress. De mi boca me saqué hojas y basura que había tragado en la salida. Como todos los vecinos estaban en las puertas de sus casas o desde las ventanas observando, uno de ellos salió a mi encuentro con un vaso inmenso de coñac que me lo tomé de una, como se toma un tequila: ¡de golpe! Algunos querían llamar al Hospital pero yo les dije que estaba bien, que no hacía falta. En realidad, lo que me urgía era ir a ver que había pasado con el auto que habíamos dejado con mi amigo a dos cuadras de ahí. Mientras iba al encuentro del auto me decía _ahora lo único que me falta es que el aluvión se haya llevado también al auto…y sería cartón lleno para una tarde de infortunio.
Cuando retorné sobre mis pasos ya había pasado lo peor y la prometida segunda oleada no llegó nunca. Entonces pude verificar que el auto ya no estaba. Al menos, no estaba donde se nos había parado el motor. Pregunté por él a los vecinos y me dijeron: _ ¡Ah! ¿Un Rambler rojo? Si…lo vimos… ¡enfiló por Montecaseros hacia el norte y lo perdimos de vista…!
Empapado, embarrado, lastimado, sin zapatos, sin camisa y sin auto llegué a mi casa. No lo podría haber hecho en condiciones más lamentables. Mi padre que aún estaba remoloneando en la cama esa tarde de domingo, cuando me vio, se paró de golpe como quien ve a un aparecido y me dijo: _¿Que te pasó?_ Un aluvión papá…Se ha roto el Dique Frías y toda la avenida del agua de la precordillera ha entrado sin control a la ciudad. [Como en la época colonial, podría agregar hoy que cuento esta anécdota] _¿Y el auto? ¿Como está?_ Me preguntó. _¿El auto?_ Le repregunté. _No sé adonde está. La última vez que lo vieron iba por la calle Montecaseros hacia el Norte… [¡Ja, ja ja!!]..Hoy me río, pero el auto iba al núcleo del agujero negro que era la zona de Ituzaingó y Cnel. Díaz, un lugar tradicional de confluencia de aguas en épocas de aluviones. Como no había señales de mi amigo supuse que él seguía adentro del auto por donde éste anduviera.
Con mi padre volvimos juntos al lugar adonde yo había dejado el auto [yo ni pude pensar en vestirme, fui descalzo como llegué] y del auto ni noticias… Obvio contar los rezongos de mi padre en el trayecto de vuelta a casa, porque no alcanzarían las páginas…
Los veteranos de la televisión local, la que por los años ‘70 estaba todavía en sus inicios en blanco y negro, todavía recuerdan la audacia periodística y el sentido de la oportunidad que tuvieron ya que, desde la torre del edificio Escasany, entonces de Canal 7, arrimaron las inmensas y pesadas cámaras de televisión de entonces a las ventanas para transmitir, en vivo y en directo, lo que estaba ocurriendo, para sorpresa de todos, en Mendoza…
Un par de horas después y cuando ya era de noche entrada sentimos en la puerta de casa la bocina del Rambler. Quien la tocaba era mi amigo que venía lo más campante sin ningún daño, ni él, ni el auto. Había podido arrancarlo y lograr dar un gran periplo por Las Heras y el Bermejo para poder llegar a mi casa sin cruzar por el Zanjón en su parte más crítica.
El diario Los Andes del día siguiente junto con la cobertura de todos los daños materiales provocados por el aluvión en la ciudad por el temporal y la ruptura del Dique Frías y dar la cifra estimada de 25 muertes ocurridas esa tarde, en su mayoría residentes en viviendas precarias ubicadas en las márgenes del Zanjón Frías, las pérdidas materiales fueron inmensas, en una pequeña nota da también cuenta que en la 4ª Sección, más precisamente, en la calle Ituzaingó un joven de unos 18 años fue arrastrado por las aguas salvando “milagrosamente” su vida. Mi madre, que había estado en la casa de unas amigas jugando a las cartas, escuchó la noticia del joven en la calle Ituzaingó por la radio y luego nos comentó que dijo a las amigas: _ ¡pobre madre!_
El por qué me han interesado tanto la historia de las acequias y zanjones de Mendoza no creo necesite demasiada explicación, ni haga falta ser demasiado perspicaz, aunque esto contradiga -risueñamente lo digo- todo lo científicamente argumentado en este libro.
Jorge Ricardo Ponte
Autor del libro; “DE LOS CACIQUES DEL AGUA A LA MENDOZA DE LAS ACEQUIAS. Cinco siglos de historia de acequias, zanjones y molinos”; 442 páginas, con 156 planos y 78 ilustraciones [32 planos a 4 colores y 22 planos a 2 colores]. Edición “Ciudad y Territorio” INCIHUSA-CONICET, Mendoza; 2006
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viernes, 3 de enero de 2020
Efemérides. Un día como hoy 3 de Enero de 1833, Inglaterra desaloja a las autoridades nacionales y toma por la fuerza las islas Malvinas, a pesar de haber firmado años antes un pacto de paz con la Argentina.
jueves, 2 de enero de 2020
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