sábado, 24 de diciembre de 2016

🚗 En 1926, la actual Ruta Nacional Nº 7, que conecta Mendoza con Chile, era aún un camino de montaña rudimentario, heredero del antiguo Camino Real del Oeste, utilizado desde la época colonial para unir Buenos Aires con Santiago de Chile


El trazado seguía en gran parte el recorrido del Ferrocarril Trasandino, inaugurado en 1910, que serpenteaba por la cordillera con túneles, puentes y estaciones que aún estaban en funcionamiento. El tramo entre Las Heras y Uspallata se realizaba por los famosos Caracoles de Villavicencio, un camino de cornisa con más de 300 curvas y alturas cercanas a los 3.000 metros sobre el nivel del mar, considerado peligroso pero escénico. Desde Uspallata hasta Las Cuevas, el camino era de ripio y tierra, con pasos estrechos y sin pavimentar, atravesando parajes como Puente del Inca y bordeando el río Mendoza. El viaje era una verdadera aventura andina, con vistas al Cerro Aconcagua, estaciones ferroviarias activas, y paradas en pueblos como Potrerillos y Uspallata. En verano, el paso internacional se habilitaba por el Paso de la Cumbre, donde se encontraba el Cristo Redentor, inaugurado en 1904 como símbolo de paz entre Argentina y Chile. El camino era utilizado por carretas, vehículos livianos y trenes, siendo el ferrocarril la opción más segura y rápida para cruzar la cordillera. La Dirección Nacional de Vialidad aún no había completado la pavimentación ni la modernización del trazado, que recién comenzaría en la década de 1930. Este tramo de la Ruta 7 en 1926 era más que una vía de comunicación: era un corredor histórico y cultural, donde se cruzaban la geografía extrema, la ingeniería ferroviaria y el espíritu pionero de los viajeros

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