domingo, 25 de diciembre de 2016

🚰 En 1941, los vecinos de Villa Domínico, localidad del partido de Avellaneda en la provincia de Buenos Aires, celebraron con entusiasmo la llegada del agua corriente, un avance clave en la mejora de la calidad de vida urbana.


La instalación del servicio marcó el fin de la dependencia de pozos, aljibes y aguateros, que hasta entonces abastecían a las familias. La llegada del agua corriente fue parte de un proceso de urbanización y modernización que venía desarrollándose desde principios del siglo XX, impulsado por el crecimiento poblacional y la instalación de industrias en la zona. Una fotografía de ese año, conservada por el Archivo General de la Nación, muestra a un grupo de vecinas sonrientes junto a una canilla pública, celebrando el nuevo servicio. La imagen refleja no solo el avance técnico, sino también el sentido de comunidad y progreso que acompañó el momento. La obra fue parte de los planes de expansión de servicios básicos en el conurbano bonaerense, que incluían redes cloacales, alumbrado público y pavimentación. En Villa Domínico, este tipo de mejoras se sumaban al desarrollo de instituciones como la Sociedad de Fomento, la Parroquia San José y el Parque de los Derechos del Trabajador, consolidando el perfil urbano del barrio. Este episodio es un ejemplo de cómo los pequeños grandes logros en infraestructura pueden transformar la vida cotidiana de una comunidad.

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