Esta frase, atribuida a Albert Einstein, resalta la idea de que la verdadera amenaza para la sociedad no proviene solo de quienes cometen actos maliciosos, sino de aquellos que, teniendo la capacidad de intervenir, eligen no hacerlo. Es una reflexión sobre la indiferencia y la pasividad ante la injusticia. El mensaje invita a la acción, sugiriendo que quedarse como observador, sin tomar partido, permite que el mal se perpetúe. A lo largo de la historia, muchos episodios de sufrimiento han sido posibles no solo por los actos de unos pocos, sino por la inacción de la mayoría. Es un llamado a la responsabilidad colectiva y a la necesidad de involucrarse activamente en la construcción de un mundo mejor.
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