La ropa habla de nuestra sexualidad. La vestimenta proporciona
mucha y diversa información relacionada con el erotismo y su ejercicio a partir
de la suma de sus sutiles mensajes textiles y puede ser manipulada
para alterar, aumentando o disminuyendo, nuestro atractivo sexual.
Así, los tejidos fuertes y crujientes como los sintéticos o las prendas sueltas
de colores apagados parecen negar la sensualidad y hablan de un importante
desinterés sexual; mientras que el cuero o las pieles sugieren literalmente eso,
el contacto directo con la piel de quien lleva la prenda.
Por ejemplo, la ropa que se usa para ir a trabajar suele ser más bien neutra
para evitar mensajes y sus posibles respuestas- eróticos; quien usa vestimenta sexy y
de colores vivos lo hace para llamar la atención; los que muestran ajustadas
hebillas de cinturones, minuciosos nudos y moños en los cordones de los zapatos
y los puños de las camisas rigurosamente aprisionados revelan tanto rigor
y disciplina como desdén por el sexo; hay hombres que dejan
abierta su camisa y muestran el pecho y hay mujeres que dejan entrever el
corpiño a través de transparencias, ambos respondiendo a un hormonal afán
provocador.
Los uniformes, en todas sus versiones militares, escolares, delantales, religiosos, deportivos, de
trabajo- están especialmente diseñados para desalentar el interés
erótico. Por el contrario, los vestidos holgados y de aparente desorden
tienden a alimentar el atractivo erótico de quien los usa y a acrecentar el
apetito sexual de quien los mira.
La
ropa suave, suelta y de tonos cálidos sugiere tradicionalmente una personalidad
cálida, informal, afectuosa, y la prenda que va parcialmente desabrochada y
muestra fragmentos de carne además implica que será fácil conseguir la desnudez
total. Por otra parte, una excesiva pulcritud sugiere una personalidad
excesivamente controlada y posiblemente reprimida, escribe la investigadora
Alison Lurie en El
lenguaje de la moda: una interpretación de las formas de vestir.
Quienes eligen las pieles, sean naturales o sintéticas, emiten mensajes claros
que pueden, al menos parcialmente, reflejar una personalidad. Por ejemplo, una
campera de gamuza sugiere romance; una de cocodrilo o de serpiente, riqueza y
frialdad; una de visón, egocentrismo y una de conejo, timidez y pasión sexual.
El color y el olor de la piel también puede ser manipulado para aumentar el
atractivo sexual de acuerdo con los cánones de belleza de la época y su
consiguiente moda: broncearse o no, tatuarse, depilarse, maquillarse, teñirse
el cabello y perfumarse. En la industria del camuflaje, los jabones y perfumes
ocultan los olores naturales del cuerpo, las más primitivas y auténticas
señales sexuales, y remplazan a las originales endorfinas por nuevos
disparadores sintéticos que huelen mejor pero que no producen el
mismo efecto.
En el caso del cabello, una de las señales más claras de la sexualidad activa,
hombres y mujeres también han modificado sus estilos de acuerdo a las modas y
costumbres. Los hombres que se rasuran la cara y la cabeza connotan control y
dominio de sí mismos, mientras que aquellos que exponen
deliberadamente el vello corporal, se dejan una barba abundante y una melena
sedosa se asocian con una naturaleza apasionada, potente y
pregnante.
En las
mujeres el cabello largo es sinónimo de juventud, disponibilidad sexual y
talentos variados en la cama, en tanto que el cabello recogido simboliza tanto
madurez, elegancia y "mirame y no tocame" como un abierto desafío a
desgreñar entre las sábanas ese pelo tan estudiadamente dispuesto, o en otras
palabras, "la experiencia tiene precio". A ello se le suma que
mientras que en algunas culturas el vello corporal -empezando por el púbico- es
altamente apreciado, en otras es un verdadero estigma que debe ser erradicado y
cada día es más frecuente el recurso de la depilación definitiva.
Los senos y el trasero han sido siempre un imán sexual pero han tenido décadas
de abandono sesgado y otras en las que han estado en el centro de la moda. Por
ejemplo, los amplios escotes dominaron gran parte de los siglos XVII y XVIII;
durante la época victoriana se realzó el trasero gracias al polizón; a
principios de siglo XX casi desaparecieron debajo de amplios vestidos y ceñidas
fajas y pero más tarde volvieron a acaparar las miradas con las provocadoras
blusas y las ajustadas faldas tubo surgidas después de la Segunda Guerra
Mundial. En menos de cien años, las mujeres pasamos del encaje insinuador al
"hilo dental", del retaceo a la propuesta sexual directa, del misterio
secreto a la exhibición pública. La
ropa nos dice no sólo de qué sexo es una persona, sino cuánto le interesa su
práctica y qué tipo de fantasía le apetece más. Hasta cuando callamos, lo que
tenemos puesto habla por nosotros, expresa quiénes somos, de dónde venimos, qué
deseamos y qué nos gusta hacer en la cama.
De ahí que no se trate de estar a la moda sino de cómo llevar las prendas y los
estilos que están de moda. Por eso, ¿qué ven de vos quienes te ven?
Fuente: http://www.mdzol.com/nota/348382
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