El suceso preocupaba a las autoridades de Buenos Aires en 1785: de las casas de las familias con mayor peso social desaparecían objetos de valor. Los hurtos eran constantes y podía deducirse que el ladrón vivía en la ciudad y conocía los secretos de los vecinos, ya que en la mayoría de los casos se dirigía directamente a su objetivo, sin violar ningún otro espacio.
Las sospechas apuntaban a algunos oficiales, asiduos concurrentes a las tertulias. Pero también se puso el ojo en los esclavos y criados. Era habitual que un moreno robara para pagarse su libertad o la de un ser querido. Hubo más de veinte detenciones, pero los improvisados detectives no daban con el autor de los robos.
Informado sobre los pormenores del delicado asunto, don Nicolás Felipe Cristóbal del Campo y Rodríguez de Salamanca, marqués de Loreto (en pocas palabras, el virrey Loreto) dispuso que el capitán de dragones Manuel Cerrato se dedicara en forma exclusiva a resolver el caso del misterioso ladrón. Y lo resolvió. El hombre que había logrado preocupar a todos era monsieur Levant, el peluquero más exclusivo de Buenos Aires.
Llegado de Francia, aseguraba que provenía de una familia aristocrática que había entrado en decadencia económica. Levant era muy querido, no sólo por su capacidad con tijeras y peines, sino también porque conversaba sobre temas interesantes con su clientela mientras se ocupaba de sus pelucas y cabezas. Incluso, para amenizar el tiempo de secado de pelo, solía deleitar a las damas con lecturas de libros que llevaba de su valiosa biblioteca. Muchas no sabían leer, por lo tanto, el francés era tal vez su único contacto con literatura. Sus pomadas y perfumes eran muy requeridos. En aquel tiempo, los peluqueros sólo atendían en las casas, por lo tanto, Levant conocía las salas, los cuartos y, por supuesto, los secretos de las familias. En muchos casos, el francés oficiaba de Cupido: llevaba y traía cartas de novios.
Acorralado por Cerrato, Levant confesó, devolvió el botín y esperó el veredicto de la Justicia. Se discutió si había que deportarlo a Carmen de Patagones, a las Malvinas o a Cartagena, en España. Se optó por la ciudad europea. Antes de enviarlo lo pasearon, con sus manos atadas, sobre un burro que marchaba a la par de un pregonero, cuya tarea consistía en anunciar en voz alta los delitos del reo. Esa suerte de escrache era habitual en los tiempos del virreinato.
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/2020429-la-historia-del-peluquero-que-defraudo-a-las-damas-de-buenos-aires
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